Obras de Mozart, Prokofiev, Beethoven, Massenet y Ponce

Arabella Steinbacher, violín. Robert Kulek, piano.

Sociedad de Conciertos de Alicante

Pero surgió la grabación sonora y empezaron los problemas. El intérprete ya no tenía la libertad que te da el hecho de que el concierto naciera y muriera en el espacio sonoro de la sala y se veía sometido, sin embargo, al escrutinio del oyente que lo escuchaba una y otra vez, incluso con la partitura delante, en su gramola, fonógrafo o reproductor sonoro: nacía la corrección política en la música clásica. Desde entonces el objetivo mayoritario en el concierto es el escuchar «algo parecido» a lo que se hace en el disco que, religiosamente, muchos espectadores traen estudiado de casa.

Toda esta reflexión viene a colación por la interpretación que de la Sonata para violín y piano nº 1 Op. 80 de Sergei Prokofiev realizaron el pasado jueves la violinista Arabella Steinbacher junto al pianista Robert Kulek en el Teatro Principal de Alicante dentro de la temporada de la Sociedad de Conciertos de dicha ciudad. No hay que negar que el mero hecho de programar la desgarrada y difícil obra del autor ruso es un acto de generosidad musical dentro de la acomodada retórica de programación de nuestros días. Sin embargo, en la interpretación de la violinista alemana se echó de menos el huir del sonido siempre «bello» en lugar de buscar algo más de la aridez que reclama el complicado momento en el que fue escrita la obra. El resto de programa, ahora sí, buscó nadar plácidamente por los estándares de lo políticamente correcto: una simpática Sonata en sol mayor K. 301 de Mozart en la que se echó en falta un poco más de cuidado en el detalle por parte del señor Kulek (que, sin embargo, fue soberbio en el resto del programa) y una 5ª Sonata Op. 24 «Primavera» de Beethoven que fue generosa en color, fraseo amplio y frescura. Un concierto, en definitiva, en el que el arquetipo de lo políticamente correcto recorrió la sala (incluyendo los dos bises, Meditación de Thais de Massenet y Estrellita de Ponce) y en el que el único elemento de ruptura, la Sonata de Prokofiev, más allá de una interpretación de nivel, pero sin aristas. terminó por quedar únicamente como un regalo exótico.