Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Puertas al campo

Pacientes e impacientes

La única charla que he dado a estudiantes de Medicina fue hace muchos años. Me invitó un grupo de ellos y, revisando lo que entonces se publicaba, les planteé algunos problemas sobre las relaciones entre médico y paciente, según los distintos tipos de estos que se construían entonces. Por ejemplo, las diferencias entre el paciente agudo -más obediente- y crónico -más desobediente-. No encontré entonces referencia alguna al tema de la violencia contra el personal sanitario. No sé si porque no la había o porque no se la consideraba digna de ser estudiada. Ahora, en cambio, sí es frecuente encontrar referencias al asunto en los medios de comunicación. El problema no será enorme, pero sí es real.

Demos un salto. Durante mucho tiempo, las relaciones entre granjeros y pastores en Kenia han sido positivas. Ahora están a tiros y no parece que sus respectivas «etnias» tengan algo que ver: si eran diferentes cuando estaban a buenas y son diferentes ahora que están a matar, la diferencia no parece ser la causa. Va por otro lado: condiciones climáticas adversas, desertificación y presión demográfica, amén del papel del presidente de la República que resulta ser de una de las «etnias».

Aterricemos al caso de los pacientes tan impacientes como para llegar a la violencia. Lo primero que hay que hacer es tener cuidado con las explicaciones simplistas. Por supuestísimo, las de tipo «étnico» (algo así como «los agresores pertenecen a tal o cual grupo»). Pero también a las que lo relacionan con la «crisis» y nada más. Como no tengo los datos que tenía en aquella vieja charla tengo que recurrir a anécdotas que me cuentan unos y otras, referidas todas al sector público (la comparación con el privado nos llevaría por otros derroteros).

La primera es de un colega que, estando a punto de operarse en un hospital de la provincia, recurrió a una nueva norma que permite el cambio de hospital, cosa que hizo. Buscaba lo que él creía mejor servicio y lo que encontró fue un jefe enfurruñado por el nuevo paciente que le caía como en paracaídas desde otro hospital. A lo que me cuentan, no le faltaron modos y maneras de protestar ante mi amigo por el cambio producido. A partir de ahí, ninguneo. Mi colega se sintió «castigado» por el «pecado» cometido y todavía hoy (debe de hacer dos años de aquello) está esperando pacientemente aquella operación. No le critica sus saberes, que da por supuestos, pero me reconoce estar un poco molesto del trato que está recibiendo. Y omito los detalles.

La segunda es de una amiga a la que su médico de familia envía al hospital para una radiología. Pone «urgente» en el volante y esa misma tarde mi amiga va al correspondiente servicio donde la enfermera la recibe con malos modos y le echa en cara lo de «urgente» como si ellas no tuvieran ya bastante trabajo. Lo que me cuenta la enferma es una conversación kafkiana en la que ella no entiende nada y la profesional va subiendo de tono hasta terminar con un «la radiografía estará en el ordenador enseguida, pero ya veremos cuándo la informa el radiólogo». Y tanto: pasaron meses y tal información no se producía, o porque se había «traspapelado», si es que esas cosas se pueden traspapelar, o porque el médico había entrado en la dinámica de quien hizo la radiografía.

Tercera anécdota: a otro amigo le recetaron un análisis en su centro de salud. Pidió hora, se la dieron y le añadieron un extraño frasco sin más información. Mi amigo se las vio y se las deseó para entender qué tenía que hacer exactamente: si tenía que recoger sus vertidos en ayunas, el mismo día, por una u otra de las cavidades del frasco, al primer «aviso» o después. El hombre hizo lo que se le ocurrió y, con sus dos frascos y, eso sí, en ayunas, fue a completar el análisis prescrito. Mas, horror, el relleno de los frascos no se había llevado a cabo según el protocolo, razón por la que se le riñó convenientemente, cosa que no habría hecho falta si hubiese sido informado en su momento.

Es lo que me faltó en aquella conferencia de entonces. Ver el otro lado. Presupuestos, sobrecarga, personal, deshumanización, frustraciones profesionales y vaya usted a saber qué son factores que producen estos comportamientos tan poco habituales como las violencias de los impacientes, pero no por ello menos reales. Se precisan los dos lados del problema. No uno.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats