En 2014, obligaciones profesionales relacionadas con los satélites de comunicaciones, me llevaron a Cuba, donde pronto percibimos en el ambiente que algo importante se estaba fraguando. Efectivamente, poco tiempo después se hizo público el propósito de restablecer las relaciones con el viejo enemigo del norte.

Y en este escenario de cambio, surgió la curiosidad por averiguar quien pudiera ser la solución de continuidad con el castrismo. Todo parecía apuntar al entonces vicepresidente, un hombre joven que llevaba tiempo preparándose para una tarea compleja, como tomar el relevo de los Castro.

A mi vuelta a España, escribí las impresiones del viaje y me atreví a hacer una apuesta arriesgada por quien acaba de ser elegido. Un amigo cubano, al que no falta sentido del humor, me dice que estamos ante una sucesión inter vivos y que solo existe posibilidad de una sucesión real cuando sea mortis causa.

El nuevo presidente del Consejo de Estado fue guardaespaldas de Raúl y va a seguir, hasta 2021, estando a la sombra de quien ahora va a sustituir, momento en que -si todo transcurre con normalidad- tomará su posición como líder del partido comunista.

Este ingrato trabajo le sirvió a Canel para demostrar su lealtad a la causa, al tiempo que le procuró cercanía a los Castro.

Antes de poner sus ojos en él (Raúl se ha apresurado a decir «no se trata de un advenedizo ni de una improvisación»), los hermanos ya habían intentado el rejuvenecimiento del régimen pero los intentos sucesorios les salieron rana. Así, Robertico Robaina, creyó ser el delfín antes de tiempo y se dedicó a hablar mal de la Revolución. O sea que a base de conspirar -traidor a la patria- pasó de Canciller (a los 37 años) a pintor abstracto y restaurador.

Algo parecido les sucedió al pediatra Carlos Lage, un reformista al que en los años 90 le encargaron que supervisase los cambios económicos destinados a liberalizar la economía cubana y a Felipe Pérez Roque, ingeniero electrónico, también nacido después de la Revolución, que se convirtió en el ministro más joven del gabinete, alternando su papel al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores con el encargo de vigilar los fondos para la Revolución.

La caída en desgracia de estos apresurados aprendices a heredero, catapultó al joven Canel a la vicepresidencia, ocupando el puesto de Machadito, otro clásico de la revolución, a no confundir con (Gerardo) Machado, ´el asno con garras´, que sirvió como general de su país en la Guerra de Independencia contra España y fue el quinto presidente de la república de Cuba. «Un fascista tropical».

El férreo control de la dinastía de los Castro, reforzado por un grupo de leales que lucharon, codo con codo, en la revolución, ha dado paso a una situación distinta, en la medida en que ha tomado el mando alguien que no luchó en Sierra Maestra ni en Playa Girón.

Tras la tímida apertura de la economía a la inversión privada y al cuentapropismo, con un aumento de los viajes dentro y fuera del país y el restablecimiento de relaciones con los EE UU, Canel ha sido elegido para hacer de Raúl, es decir, bajo su tutela. Eso sí, de momento. Un amigo cubano, al que no falta sentido del humor, me comenta que estamos ante una sucesión inter vivos y que solo existe posibilidad de una sucesión real cuando sea mortis causa.

Miguel Díaz-Canel (Santa Clara-Cuba, 57 años), es un hombre enigmático, notable orador como ´pregonero del socialismo próspero y sostenible´, líder tranquilo y eficaz, asequible, sin las rigideces ni la inaccesibilidad de los viejos gerifaltes del partido.

Hijo de obrero y maestra, ingeniero eléctrico, profesor de universidad, pragmático, con sólidos parámetros morales, ha ido escalando en el cursus honorum de la nomenclatura castrista hasta llegar a ser el número uno del régimen. No se le conocen -hasta la fecha- apetitos desordenados. Cuestión decisiva para transitar entre la nomenclatura isleña.

Lo han preparado a fondo, en la dura prueba de rotar por los despachos del poder, donde no tiene el privilegio de equivocarse. Con ocasión de mi último viaje a La Habana, el pasado año, estaba previsto un desayuno con él, para hablar de banda ancha, satélites de órbita media, latencias y otras cuestiones adyacentes. Lamentablemente, la cita se anuló en el último momento, sin mayores explicaciones.

Ha llegado donde está, tras hacerse los huesos como secretario del partido -una especie de gobernador civil-, en provincias como Villa Clara y Holguín, en las que se ha granjeado el aprecio de la gente trajinando inversiones, creando puestos de trabajo, resolviendo problemas ancestrales como la creación de trasvases para el agua€ y yendo al trabajo en bicicleta, en lugar de coger el coche oficial, durante los tiempos de escasez. En el capítulo de méritos, hay que anotar su misión internacionalista en Nicaragua, al lado de los sandinistas.

Tiene diez años para lidiar con la papeleta de resucitar la economía, en un momento en que el vecino americano no quiere saber nada del compromiso que estableció su predecesor. En eso no se equivocó Fidel que, aunque ya mermado de facultades, se olió la tostada de lo que podía pasar, y pasó, con la llegada de un republicano a la Casa Blanca.

Consciente de que el país no puede seguir aislado del mundo, Canel ha sido una voz valorada a la hora de empujar el acceso de Internet, talón de Aquiles del régimen, ya que los jóvenes cubanos estarán dispuestos a seguir haciendo sacrificios pero no a privarse de comunicar dentro y fuera del país y dejar de participar en la economía global.

Riadas de jóvenes se reúnen todas las noches en el malecón de La Habana, donde se han instalado torres wifi para que puedan acceder a un internet limitado y chatear entre ellos. Las ansias son irreprimibles.

La compra de unos bonos de acceso por tiempo limitado, demuestra el interés de esa juventud por acceder a la sociedad de la información que se ha demostrado imparable en el resto del mundo. Cuba no va a ser la excepción, siendo uno de los elementos de presión con los que Canel se va a encontrar de forma inmediata. Y es indudable que deberá encontrar un equilibrio.

El nuevo presidente puede ser un soplo de aire fresco para Cuba pero no es el Adolfo Suárez que algunos podrían esperar. No va a dar pasos audaces hacia una transición democrática para lo que no ha sido elegido. Supone una cierta renovación en un país que no puede demorar más el paso de la antorcha generacional.

Pero de ahí a reformular el régimen hay una distancia sideral que solo la podrán acortar la inteligencia americana, la juventud cubana o la marea económica de urgencias a aplicar que no pueden esperar mucho más.

La inteligencia americana, que ahora ni está ni se la espera, levantando el embargo daría un salto en la propia autoafirmación de sus intereses latinoamericanos, pues el castigo que supone nada ha rentado, salvo unos puñados de votos procedentes de la vieja guardia acantonada en Miami.

La juventud cubana es otro potencial factor de cambio, aun cuando podría resultar exiguo en un tiempo preciso, como este, en que se dan la mano el desvanecimiento ideológico del régimen y la desaparición biológica de los líderes históricos.

Y la lógica económica, implacable, en que el derrumbe del tenderete, hoy en manos del ejército, puede ser la palanca sobre la que se apoye un cambio sin más dilación, a pesar de la advertencia de Canel en su primer discurso: «No hay sitio en Cuba para quienes se esfuerzan en restaurar el capitalismo».

En Madrid, su primo Oscar Díaz-Canel, subdirector de Relaciones Institucionales para América Latina en el BBVA, un tipo inteligente de la rama asturiana familiar, es un experto en políticas públicas y transformación productiva.

Camino de Jaimanitas, Punto Cero, para despachar con Raúl, de paso por Quinta Avenida, Canel escuchará un bolero de Silvio Rodríguez, grabado en España: «Al final de este viaje en la vida quedarán / Nuestros cuerpos tendidos al sol / Como sábanas blancas después del amor / Al final de este viaje / En la vida quedarán / Nuestros cuerpos hinchados de ir / A la muerte, el odio, al borde del mar / Al final».