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Gerardo Muñoz

Momentos de Alicante

Gerardo Muñoz

La cuna de Alicante (III): La Diosa que mece la cuna

Aquel año (305 antes de nuestra era) los habitantes de la ciudad ibérica que había a orillas de la laguna (Albufereta) no pudieron celebrar en su integridad la gran fiesta de Año Nuevo, al inicio de la estación de las cosechas, también conocida como Del Despertar, porque el tercer y último día de la festividad, diluvió.

Como cada equinoccio de primavera, la sacerdotisa había quemado en una pira colocada sobre un altar, al aire libre, la figura de un toro, símbolo del divino Bokon, hijo de la Diosa Madre, ratificando así su carácter inmortal y heroico. Al día siguiente fue enterrado, pero durante la noche y casi todo el día siguiente llovió tanto y con tanta fuerza, que hubo de suspenderse la celebración porque las calles se inundaron y el agua osó incluso profanar el santuario.

Como cada año desde hacía bastante tiempo, el alfarero Bartas había sido el encargado de crear la figura alegórica del divino Bokon. La había labrado con tierra caliza de la sierra próxima (Serra Grossa) y era una de las más grandes que había realizado: tres palmos de alto y uno y medio de ancho.

Pero a Bartas no le importó la interrupción de la fiesta. Desde hacía unas semanas, su familia no estaba para celebraciones. Su esposa, Kanines, se hallaba muy enferma.

La hija de ambos, Neitin, de 17 años, hacía apenas dos meses que se había casado con Iltiraker, hijo y heredero de uno de los mercaderes más ricos de la ciudad, Anartaker; y por la casa gateaba el primero de sus nietos, hijo del primogénito, Bolaiker, de 18 años y también alfarero, que el año anterior había desposado a la huérfana Kares. Pero la alegría había ido trocándose poco a poco en tristeza y amargura, conforme la salud de Kanines fue debilitándose.

Al anochecer de aquel tercer día festivo, arribó a la restinga exterior de la laguna una embarcación militar cartaginesa. Había estado a punto de zozobrar por culpa del temporal, pero por fin había alcanzado la costa, aunque sufriendo graves daños. Los vecinos de esta ciudad de la Contestania ibérica ayudaron a sus aliados.

El capitán del barco cartaginés, Magón, era un hombre alto y fornido, de unos cuarenta años, rostro serio y voz grave. Se presentó en casa de Bartas al amanecer del día siguiente porque le habían dicho que era el mejor alfarero de la ciudad. En agradecimiento por haber salvado su vida y la de sus tripulantes, deseaba ofrecer un exvoto con la forma de su barco. Bartas rechazó al principio el encargo, alegando la gravedad de su esposa, de quien no quería separarse porque temía que expirase en cualquier momento, pero al final el cartaginés logró convencerle. Lo que cambió la voluntad del alfarero no fue la pesada bolsa que le mostró Magón, repleta de tetradracmas y óbolos de plata, sino la súplica humilde y sincera que le hizo, aduciendo que, en cuanto el barco estuviese repuesto, deberían partir hacia Ebusus (Ibiza), isla a la que se dirigían cuando les sorprendió la tempestad, y temía que los dioses se vengaran si no mostraba antes su agradecimiento.

Bartas tardó casi tres semanas en presentarle a Magón la figura de terracota que le había encargado. Durante aquellos días pasó muchas horas en la bocana de la laguna, observando la birreme púnica que había fondeada. Magón quedó maravillado al ver aquella figura terminada. Sin dejar de observarla, halagó admirado la profusión de detalles con que contaba la reproducción de su barco, con complementos de madera y apliques de cerámica que le proporcionaban un gran realismo. Sonrió señalando las diversas partes de la galera: cubierta, bancos, remos, mástiles, velas, jarcias? Tenía pintados hasta los ojos y dientes que decoraban la proa. Faltaban las dos grandes palas en cada una de las aletas, pero comprendió que el alfarero no podía haberlas visto porque él había ordenado que las quitaran para arreglarlas.

Bartas acompañó a Magón al santuario, donde éste hizo entrega a la sacerdotisa de aquella terracota de carácter votivo y con forma de birreme, como ofrenda a la diosa madre, que el cartaginés identificaba con el nombre de Tanit. A la mañana siguiente, la embarcación púnica zarpó rumbo a Ebusus.

Bartas y Magón se despidieron como amigos. Durante su estancia en la ciudad, el militar cartaginés visitó muchas veces la casa y el taller del alfarero, tomando afecto por aquella familia tan unida y afligida por la desgracia de la matrona. También Bartas y sus hijos acabaron encariñándose con aquel hombretón aparentemente severo, pero agradecido y poseedor de un gran corazón. Quien más aprecio le tomó fue el hijo pequeño, Tursain, de 14 años, incansable en su curiosidad acerca de todas las peripecias que Magón había vivido durante sus viajes.

Magón les visitó dos veces más, a lo largo de un lustro; y las dos veces le encargó a su amigo Bartas sendos exvotos en forma de birremes de terracota. Una vez le trajo como regalo una copa griega de lujo que había adquirido en Emporion (Ampurias). De pasta de color naranja y barniz negro brillante, tenía el cuerpo ancho y poco profundo, dos asas dobles, y figuras rojas de hombres y mujeres que decoraban ambas caras. Bartas le correspondió regalándole una de las dos cráteras de campana que acababa de fabricar, casi idénticas, que tenían una decoración muy peculiar de color rojo.

La última vez que les visitó Magón, se llevó consigo a Tursain, que ya tenía 19 años. Bartas, consciente desde que era niño de que su hijo menor prefería la honda al torno, le dio su bendición antes de partir.

Pero por entonces Bartas ya era viudo. Pocos días después de que Magón se fuese de la ciudad por primera vez, Kanines expiraba en los brazos de su marido.

El cadáver fue engalanado con sus mejores túnicas, que ella misma había confeccionado en vida, y llevado a la necrópolis. Después de unos cánticos dirigidos por la sacerdotisa y en presencia de sus familiares y vecinos, el cuerpo de Kanines fue incinerado en una fosa. Al cabo de unas pocas horas, los restos óseos, aún calientes, fueron recogidos con esmero por su viudo, quien los envolvió en un tejido de lino y los depositó en una urna cineraria de piedra que él mismo había labrado con forma de toro. Bartas depositó a continuación la urna, en compañía de sus hijos, en una pequeña tumba, acompañándolo con unos pendientes de oro, un ungüentario, la copa de pie alto que le había regalado Magón, y platos y vasos que contenían alimentos para la difunta: olivas, almendras y un huevo de gallina, símbolo de inmortalidad. También colocó en la sepultura un grifo de piedra, con cabeza y alas de ave, aunque con fauces dentadas, y cuerpo de felino, para que protegiera a su amada como ángel de la muerte y protector de difuntos.

Durante toda la ceremonia, plantas aromáticas desprendieron su perfume al ser quemadas en un pebetero de terracota que al cabo también quedó enterrado. Tenía forma de cabeza femenina y representaba a la diosa madre, pero sus rasgos los había tomado Bartas de su querida esposa: labios carnosos, nariz pequeña y redondeada, cabello ondulado y separado en dos sobre la frente, pendientes de disco. Lo había elaborado a partir de un molde griego que, muchos años antes, le había regalado su maestro Andreas.

Apuntes históricos

En el sector suroriental del yacimiento arqueológico del Tossal de les Basses, en una estancia rectangular de unos 5,34 metros de longitud, fueron encontrados los restos de tres birremes púnicos de terracota. Del primero en ser hallado, el maestro artesano en modelismo naval Pau Ribé ha realizado una maqueta a escala 1/40. Considerando que la escala aproximada de la terracota es de 1/100, se calcula que las dimensiones de la birreme en que se inspiró el alfarero ibero eran 26 metros de eslora, 6'7 de manga y 5'2 de altura.

En la necrópolis ibérica de La Albufereta fue exhumada una copa griega (ática) de pie alto, con las dos caras decoradas con figuras rojas. En una de ellas aparece una mujer con largos cabellos y diadema, acompañada de un hombre barbudo y coronado con cinta blanca, cubierto por un manto y apoyado en un bastón. En la otra cara figura una mujer con largos cabellos recogidos en una cinta y con diadema, vestida con una túnica y acompañada por un guerrero que está sentado, vestido con toga y sandalias, y apoyado en una lanza. Está datada a finales del siglo V antes de nuestra era.

En la misma necrópolis fue descubierto un pebetero de terracota con forma de cabeza femenina, de unos 15'5 centímetros de altura, datado en los siglos IV-III antes de nuestra era.

www.gerardomunoz.com

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