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Francisco Esquivel

Tiene que llovar

Francisco Esquivel

Unas cosechas tan dispares

Estamos a lomos de abril, fértil a rabiar. La mañana rebosa luminosidad, de esa a la que en esta tierra ya ni se le echa cuenta. Lo advierte Campo Baeza, arquitecto contenido e intenso, recién elegido académico numerario de la de Bellas Artes de San Fernando, que no se corta un pelo: «La luz es el material más lujoso que hay; pero como es gratis, no lo valoramos». Algunos sí, sobre todo al escapar de la rutina, que es a lo que me dispongo. He preparado una ruta de lo más seductora, ya verán. Antes de ir hacia La Montaña, resuena Nerea Belmonte arguyendo que no han respetado su dignidad ni su honor sin construir como Dios manda la frase lógicamente; me parece otear en lontananza la risa de hiena del alcalde dimisionario y entreveo a Ximo Puig en medio de una extensión de kudzu, la planta japonesa que devora el sur de los Estados Unidos y que ha debido ser el fruto instantáneo del viaje asiático realizado por el samurái de Morella. Pero dejo por unas horas la actualidad metida en el maletero, que ahí está a buen recaudo la puñetera. Supero la media hora de autovía. Alcoy y Muro han quedado a la espalda porque el plan no es otro que paladear la floración de los cerezos en la Vall de la Gallinera. La carretera se estrecha, unas curvas pronunciadas salen al paso y la dirección responde como si el infinito anduviese en recta. Llega lo bueno. Este año la cosecha está que se sale. El alcalde de Planes confiesa que no recordaba algo de esta magnitud, con bares y hospedajes a rebosar. El espectáculo lo merece. Laderas transformadas en alfombras de flores blancas, cada primavera más cerca de convertirse en el Jerte mediterráneo. Cohen quiere sumarse al festín y lo hace con su Did i ever love you que suena a música celestial. Subo al mirador del Xap, desde donde la percepción es para morirse. Alineados a un lado los ocho pueblos del valle y, el mar, al otro. Qué más se puede pedir. Pocas geografías son tan completas. Da gusto observarla si no fuera por esos nativos que, en cualquier extremo, retuercen la naturaleza.

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