El centenar de misiles lanzados sobre territorio sirio por las potencias occidentales no cambia la situación. La guerra en Siria se puede dar por concluida y el Estado islámico, ISIS, por derrotado, así lo había manifestado el auténtico vencedor: Vladimir Putin. Ahora se trata de que cada una de las potencias intervinientes sobre el terreno, como en todas las postguerras, consoliden su poder. Irak domina su frontera, los kurdos dominan su región en ese país y también en el Kurdistán sirio, con el apoyo de los norteamericanos, siempre que no crucen el Éufrates. Cuando lo han hecho se han encontrado con el ejército turco y han tenido que retroceder. Turquía ha intervenido en territorio sirio para alejar a los kurdos de su frontera con el visto bueno del zar Putin. El presidente sirio Bashar Al-Asad está tratando de eliminar por todos los medios las islas de resistencia en el resto del territorio; algunas zonas son de grupos islamistas en su día potenciados por Arabia Saudí, otras son los restos del Isis, otras son grupos rebeldes inicialmente apoyados por Turquía y por Estados Unidos.

Rusia ha ampliado su influencia y protagonismo en Oriente Medio ocupando el terreno que Estados Unidos le ha dejado. Refuerza su relación con una potencia regional, miembro de la OTAN, como Turquía. Consolida su base naval en el Mediterráneo en Latakia y numerosas bases militares en el resto del territorio. La propuesta que hizo en su día al gobierno Obama de intervenir coordinadamente no le ha hecho falta. Ha reforzado su alianza con Irán, la otra potencia regional. El régimen chiíta de los ayatolás han reforzado su influencia en El Líbano y en Siria con la constitución de milicias y la intervención directa de las tropas iraníes.

Este es el gran temor de Israel y de Arabia Saudí, las dos potencias regionales antiguamente irreconciliables protagonizan un acercamiento indisimulado y coordinado. Mientras, Israel intenta limitar la influencia de Irán bombardeando territorio sirio; Arabia Saudí aisla el régimen de Qatar -incluso con vuelos ilegales de los Emiratos sobre su espacio aéreo- limitando su peso ideológico y financiero en algunos grupos radicales como Hamás o los Hermanos Musulmanes.

Esta es en síntesis la situación general cuando Donald Trump anuncia la retirada de las pocas tropas que le quedan en la zona. Con este panorama, lo primero que uno se pregunta es si el ataque con armas químicas es la causa de la respuesta con misiles de EE UU, Gran Bretaña y Francia sobre territorio sirio, previo aviso al Kremlin para evitar daños colaterales sobre tropas rusas y, por lo visto, también tropas sirias, que fueron avisadas.

El ataque, en lo referente a la legalidad internacional, es absolutamente ilegal puesto que no fue aprobado por el Consejo de Seguridad. Donald Trump descubrió que su popularidad remontaba cuando hace un año lanzó el primer ataque contra las fuerzas sirias tras la anterior utilización de armas químicas. Este es un motivo inconfesable para un Trump en periodo electoral, cuando se juega la mayoría en el Congreso y el Senado. En segundo lugar, actúa de forma unilateral, sin consensuar con los aliados. Por último, intenta demostrar hasta qué punto es capaz de enfrentarse, al menos aparentemente, a Putin y más cuando tiene al fiscal especial Robert Mueller pisándole los talones. Con todo, tras las advertencias severas del embajador ruso en la ONU, avisó previamente a Putin. Gran Bretaña es el corifeo inseparable de cualquier decisión norteamericana, y España hizo lo mismo que en la época de Aznar, pero con menos fotos y protagonismo.

«Hemos intervenido por el honor de la comunidad internacional», ha justificado el presidente francés Macron. A la Francia gaullista siempre le ha gustado manifestar su autonomía respecto a EE UU; pero en esta ocasión era principalmente una forma de recordarnos que «la France» es, tras el Brexit, la única potencia militar nuclear, con esa capacidad balística en la Unión Europea. Por cierto, con misiles de 2,5 millones de euros cada uno, mientras recorta los sueldos. En esta ocasión ni siquiera consultó con Alemania, que rápidamente se desmarcó. La actuación de Francia al margen de la Unión ha enfriado muy en serio la próxima cumbre europea. Hay un compromiso común de defensa, pero Francia está exigiendo una ampliación de la soberanía económica europea: presupuestaria y fiscal. Están redefiniendo el eje París-Berlín con doble vía: el liderazgo militar de un lado y el económico por el otro.