Viajo con mi imaginación a la isla griega de Samos y recorro sus blancas playas, puertos pesqueros, santuarios consagrados a dioses mitológicos, monasterios, capillas y atractivos lugares. Visito su capital, Samos, sobre dos colinas verdes, construida a modo de anfiteatro junto a su puerto, y exploro sus escondidas playas y calas. Me cuentan que en esa isla nació Hera, esposa de Zeus, y el matemático Pitágoras y también Polícrates, que no fue un personaje mitológico sino histórico, cuyo aliciente en psiquiatría radica en que se habla de una alteración psíquica denominada precisamente «síndrome de Polícrates», que consiste en un sentimiento de infelicidad y desilusión en una persona a pesar de haber alcanzado los objetivos perseguidos, y haber tenido éxito en ellos, debido al temor por el fracaso que pueda sobrevenir después de haber triunfado.

Polícrates vivió en los años 570 a 522 antes de Cristo, y que fue un tirano de la isla de Samos desde el 540 hasta el 522, año en que sus enemigos políticos lo asesinaron. Y este personaje, codicioso y feroz, fue en muchos aspectos un buen gobernante e hizo de Samos una importante potencia marítima, de manera que su flota de barcos mercantes y de guerra le proporcionó grandes riquezas y le concedió abundante poder.

Y cuentan que hace veintiséis siglos, Polícrates, señor de Samos, a quien la fortuna siempre sonreía, sin contienda ni empresa que no le resultara propicia, buscando no tentar la envidia de los dioses ideó simular un extravío, un revés, una decepción, para lo cual se fue mar adentro y arrojó a las azules y enigmáticas aguas del Egeo su tesoro más querido, un hermoso anillo de esmeraldas que, sin embargo, días después la fortuna le devolvió en el vientre de un pez que le trajo un pescador. Mucho más tarde, alguien dio el nombre de «síndrome o complejo de Polícrates», a esa condición que induce a ciertas personas a temer el triunfo o, habiéndolo alcanzado, a deshacerse de él de un modo consciente o inconsciente.

Y es que existe el miedo a tener éxito, y muchas personas sienten un bloqueo supuestamente inexplicable ante la oportunidad de mejorar su situación actual, quedando turbados ante la idea de triunfar, de conseguir un gran éxito o incluso de ser felices.

Y es la respuesta a ese miedo tomar conciencia de que existe, asumiendo las consecuencias que pudiera tener y aceptando que la felicidad está en vivir cada instante con intensidad y conciencia, apreciando cada momento y siempre con una actitud optimista y esperanzada. Con conocimiento de que actuar sin recelos al éxito o a la felicidad es hacerlo de forma libre, pues la desconfianza impide que llevemos a cabo proyectos ilusionantes o posibilidades de conseguir un futuro mejor, por lo que hay que pasar a la acción y afrontar los temores con el convencimiento esperanzado de aspirar a ser feliz con lo que en cada instante se posea y sin aplazar decisiones.

Como hago yo, aquí y ahora, cuando decido viajar a esa isla griega del mar Egeo muy próxima a la costa de Asia menor, de belleza e historia singular, de impresionantes paisajes e idílicas playas, y de sugerente y atractivo nombre como es Samos.