Estarán conmigo en que somos demasiado inocentes, por no decir estúpidos o tontos del haba, al dejamos llevar con una facilidad pasmosa, ya sea por las modas, los charlatanes o los lobos con piel de cordero, que los tenemos en abundancia en la jungla española. En los últimos años, gracias a nuestra fastuosa imaginación para generar nuevas palabras, inventamos eso del postureo para señalar a los impostores con una gracia renovada y menos ofensiva.

Como buenos mediocres nos doblegamos con total pleitesía y sometimiento a los que consideramos líderes por mérito propio o por imposición. Cualquier postulante a mandatario, siempre y cuando no se trate de mandar en su propia casa, ha de contar con una serie de cualidades que lo catapulten a la cima.

El perfil prototípico tendría que incluir las siguientes cualidades. Para empezar tiene que ser simpático, lo que le imprime un atractivo imprescindible para brillar por muy fachoso que sea. Debe de contar con facilidad de palabra, es decir, hablar sin trabas y con melodía para encandilar sin tropezones. Ha de ser honesto, cualidad irreemplazable sobre todo en los tiempos que corren. Tiene que proyectar inteligencia, y si no la tiene simularla mediante todos los artificios que se le ocurran. Ha de mostrarse bondadoso, sobre todo en los momentos en que las cámaras lo tienen en primer plano. Ha de inspirar confianza, algo que a la mayoría les cuesta un mundo. Tiene que aparentar valentía porque un líder cobarde sería un hazmerreír de libro. Finalmente, ha de mostrarse cercano, asequible, como si fuera una persona normal y corriente.

A partir de este perfil, podemos ir poniendo nombres de mandatarios o líderes conocidos y calcular su capacidad de liderazgo. Es difícil pensar en positivo con los que están más arriba de la escala como por ejemplo nuestro insigne presidente del Gobierno que se podría tildar de simpatiquillo pero todo lo demás es auténtico y genuino postureo. Si nos vamos al otro lado del arco, Pablo Iglesias, ahora sin el Manuel, es un parlanchín exacerbado capaz de hablar hasta la saciedad, pero a partir de ahí comienza el postureo impenitente. Otra vez por la derecha, el abanderado naranja cuenta con la cercanía, aunque cada vez le cuesta más porque se está empoderando por minutos, después aparece el postureo. Finalizamos con un tal Sánchez que es inclasificable, es decir, que es puro postureo.

Ante este panorama tan maravilloso, no me queda más remedio que ratificarme en mi preámbulo, somos tan mediocres que cualquier mindundi se puede erigir en capitán de las Españas sin casi pestañear. Si los que están más arriba tienen estas poses, para qué entrar en los siguientes escalones. Les recomiendo encarecidamente que ensayen el postureo, les irá de fábula.