La manera en que los padres del niño recién nacido se relacionan con él tiene una influencia directa en su desarrollo posterior. Es decisivo que dicha relación afectiva sea estable y duradera, sin separaciones prolongadas, ni cambios bruscos en la conducta de crianza. Por medio de este vínculo de apego, los padres lo protegen de los desequilibrios físicos y psicológicos y le enseñan a regularse. Pero algunos estilos de apego no son en absoluto recomendables. Por ejemplo, se ha identificado el apego inseguro evitativo, en el que los progenitores se muestran indiferentes, castigadores o tendentes a desviar las expresiones de afecto del niño. Tienen dificultades para mantener intimidad afectiva con él. Refuerzan positivamente las conductas autónomas y «precoces» del infante, y reaccionan de un modo tardío a sus demandas. En consecuencia, poco a poco el bebé comienza a mostrar conductas de evitación, indiferencia ante lo que sucede a su alrededor y excesiva autonomía. Sus demostraciones de afecto estarán inhibidas -quizá de por vida-, y contendrá sus emociones negativas sin expresarlas. En un primer momento se alejará físicamente, y después, afectivamente. En la etapa escolar será agresivo y descontrolado con mucha probabilidad.

También encontramos casos de lo que se ha dado en llamar apego inseguro ambivalente, una pauta que caracteriza a los padres intrusivos y sobreprotectores que, a la vez, son fríos e indiferentes. No mantienen coherencia entre lo que dicen y lo que hacen y tampoco se relacionan con su hijo del mismo modo dentro y fuera de la casa. Se trata, en resumidas cuentas, de un patrón inconsistente y, por ello, el resultado son niños que tienden a aferrarse e irritarse, que muestran conductas exploratorias y falta de curiosidad, expresan ansiedad y rabia con frecuencia y suelen ser muy demandantes, controladores y manipuladores.

Por otra parte, el apego desorganizado está presente en padres agresivos, intrusivos, incapaces de calmar al niño, y que acostumbran a quejarse de él: «es un niño insoportable», «llora todo el día para molestarme». En consecuencia, se forman hijos agresivos, extremadamente manipuladores, que tienden a la agresividad extrema, y en el futuro, podrían acabar siendo delincuentes.

Citemos por último el apego seguro, en el cual, los padres son cariñosos y protectores de forma estable, saben calmarle y equilibrarle, por lo que el niño desarrolla un buen concepto de sí mismo. En el futuro, estas personas tienden a ser cálidas, estables y con relaciones interpersonales satisfactorias. Individuos a los que no les preocupa la intimidad ni la independencia, pues se sienten seguros.