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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Másteres a gogó

Qué tiempos aquellos en los que tener una licenciatura era ya un mérito suficiente, reconocido y aval de conocimiento. Qué tiempos aquellos en los que durante al menos cinco años había que cursar unos estudios superiores con contenidos homogéneos en toda España, iguales para todos. Obtener una licenciatura no era fácil, de modo que otros estudios en forma de cursos de doctorado se reservaban para los pocos que hacían una tesis doctoral, labor ésta muy reducida y por tanto valorada en su justa medida.

Hoy todo ha cambiado. En el mismo plazo de tiempo en el que hasta hace poco terminabas una licenciatura, ahora obtienes un grado y dos másteres, lo que conduce a pensar acerca de si los alumnos del presente son de una inteligencia superior o si el conocimiento y las exigencias se han devaluado, siendo lo importante el título o los títulos, cuya suma proporciona un curriculum aparente detrás del que se esconde poco más que el certificado. Mercado puro. Competitividad.

La Bolonia española, ese engendro confeccionado con mucha palabrería y escasos fondos, ha traído eso, títulos devaluados que llevan consigo una menor financiación pública y la aparición de una miríada de cursos de postgrado de dudosa calidad, cuyo cometido es rellenar los espacios que el grado deja sin cubrir, muchos.

Pero, la titulitis, fenómeno que era de esperar tras la nueva Universidad en la que algunos ven calidad y excelencia y otros empobrecimiento cultural y formativo, ha ganado espacio en la también nueva sociedad y nadie que se precie salta al mercado con su solo título, pobre, de grado, debiendo presentar en su curriculum al menos media docena de másteres sobre materias que únicamente tienen de especial el nombre del curso, pues el interior adolece de contenidos suficientes.

La política, siempre astuta y presta a estar al día, toma buena nota de la modernidad y se suma a este ansia por el título, incurriendo en conductas que son o debieran ser motivo de sorna. Basta escuchar a algunos que llenan su curriculum de estudios para comprender que no los han cursado o de que haberlos hecho, no los han aprovechado o, que de haberlos aprovechado, nada han aprendido.

Dicen quienes compiten en la política, que para ostentar un cargo público no es necesario tener conocimientos universitarios de la materia que se administra. Pudiera ser, aunque lo dudo, que no sea al menos conveniente ser médico para ser ministro de Sanidad o tener conocimientos suficientes para ejercer como asesor de una concejalía o consellería, pues poco se puede asesorar de lo que no se sabe. Pero, de ser cierta y veraz esa posición dominante y empíricamente demostrable, dada la forma en que se reparten los cargos y funciones públicos con escasa atención al conocimiento, no se entiende el fenómeno de hinchar los curricula que ha penetrado en nuestra política, bien pidiendo o consintiendo que algunos títulos se concedan ah honorem o bien inflando el propio con merecimientos de los que el sujeto profano se adorna cara al respetable.

La fórmula hasta hace pocos años era la de manifestar en el curriculum que el sujeto «tenía estudios de? Derecho, por ejemplo». Trampa que engañaba al votante, pues tener estudios en el lenguaje político podía significar que el sujeto se había matriculado de una asignatura, que no había aprobado nunca, cosa frecuente. Esta mera referencia a tener estudios funcionó un tiempo, cuando bastaba con ser licenciado y cubría la apariencia, aunque, como digo, escuchar hablar al «licenciado», era suficiente para comprender que carecía de toda formación e información.

Pero, los tiempos han cambiado. Ya no basta con tener estudios; ahora hay que ser y ser mucho, lo más posible. No porque a los partidos les importe poner en un puesto a un indocumentado si es fiel y celoso con las siglas y sus próceres, sino porque la sociedad exige apariencias, méritos revestidos de solemnidad. De ahí que lo que antes era «tener estudios» se haya convertido en ser «licenciados», aunque sin terminar la carrera. Muchos. Y de ahí que la acumulación de másteres se haya convertido en un deporte nacional entre la clase política, invirtiendo a tal efecto tiempo y dinero. Todo se hace a peso. Todo es número y forma. Tanto aparentas, tanto eres. De ahí la pelea por hinchar y destacar. Te encuentras a un sujeto incapaz de hacer la «o» con un canuto, poseedor de dos grados y cuatro másteres, si bien a los cinco minutos de conversación te planteas cómo lo habrá conseguido y recuerdas con cariño, admiración y respeto, a tus viejos profesores, aquellos que te enseñaban, con menos pedagogía moderna y llena de palabrería, pero con conocimiento de lo que te transmitían, con sabiduría y recuerdas las clases en las que ibas acumulando información, formación y ansia por saber.

Ojalá estos días sirvan para plantearnos qué estamos haciendo en la Universidad y qué pretendemos de ella. Volver al conocimiento es básico. El mercado y la competitividad no pueden ser los que marquen el camino de una institución cuya función no es la de expedir títulos inservibles. No es esta, la actual, la generación mejor preparada de España, sino la que posee más títulos. No confundamos las cosas.

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