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La andanada

Entre Sevilla y Monóvar

Al día siguiente, con las figuras, llegó la «matillada», esto es, el encierro de los empresarios y apoderados de apellidos García Giménez y apodo Matilla

De lleno andamos metidos en la Feria de Abril, dentro de esa llamada «semana de preferia» que ya ha servido platos principales del serial maestrante. Con sus cosas buenas y menos buenas, que de todo ha habido. Como ocurrió el miércoles con el encierro de Torrestrella, desigual en muchas cosas, algunos poco lucidos por los planteamientos de sus lidiadores, y uno, el sexto, de embestida alegre y de muy buen son, al que Pablo Aguado le cortó una oreja con un toreo muy pulcro y personal, con empaque y maneras de seda. Sevillano de cuna y de toreo, sin duda, este nuevo nombre que se suma a la amplia nómina de valores surgidos en los últimos años y que deben tener cabida en las ferias, a poco que las empresas sean justas e inteligentes para darle variedad al menú taurino.

Un viejo conocido, Luis Bolívar, se llevó una oreja el jueves del cuarto ejemplar de La Palmosilla por un eficaz trasteo. El colombiano, ya con las sienes canas, entró de rondón en el abono hispalense y sale casi revivido. Casi nada pudo mostrar Joselito Adame y solo algunos naturales aislados el local Rafael Serna. Al día siguiente, con las figuras, llegó la «matillada», esto es, el encierro de los empresarios y apoderados de apellidos García Giménez y apodo Matilla. Negativo por presentación y juego. Inédito casi Perera, Roca Rey evidenció que no puede dejarse anunciar con toros que no le dejen mostrar el tremendo poder de sus telas. Es el momento de apostar. Y completaba terna Alejandro Talavante, que se llevó el único trofeo por una personal faena aprovechando las querencias del quinto de una tarde de la que esperaba mucho más.

Y en el festejo del pasado domingo sucedía lo más importante sin duda, con un variado encierro de Las Ramblas. Con el mejor lote, Curro Díaz dejó chispazos de su toreo, más rotundo en lo accesorio que en lo fundamental, pero tan inspirado como en él es habitual, mientras que el valenciano Román no pudo redondear faena al tercero porque le llevó al hule con una fea cornada en la pantorrilla derecha. Fue Pepe Moral quien, sin duda, dejó sobre la arena los mejores naturales de lo que llevamos de abono. A pesar de que el astado no era precisamente un dechado de virtudes, el sevillano supo esperarle y engarzar las muletazos con una parsimonia y profundidad exquisitas. Toreo de muchos quilates, con remate y recorrido, que le valió la única oreja de la tarde.

Y para rematar la crónica de la semana, muy poco aportaron los victorinos para el espectáculo en el festejo de ayer sábado. Silenciada vio su labor Antonio Ferrera, que aún tiene otra cita en la semana que entra, mientras que Manuel Escribano mostró su toreo entregado toda la tarde. Con él se vivieron los momentos más emocionantes al recibir a «porta gayola» al quinto albaserrada y en el tercio de banderillas posterior. Lástima que el animal se viniera abajo con la muleta. Cariñosa la vuelta al ruedo que dio el de Gerena. Y toque alicantino entre lo mejor, al desmonterarse Alfredo Cervantes junto a Raúl Caricol tras un gran tercio de banderillas al sexto. Iba el de la «terreta» a las órdenes de Daniel Luque, que pechó en primer lugar con una «alimaña» típica de este encaste, y que mostró algún momento lucido con la mano diestra en ese sexto, que se diluyó muy pronto, como casi todos sus hermanos.

Y no se debe acabar este artículo sin el recuerdo cariñoso a Isidro Vidal, decano de los periodistas de la provincia, y de cuya marcha definitiva nos enterábamos a través de las páginas de este periódico durante esta semana. Las escasas ocasiones en las que quien firma estas líneas tuvo la suerte de coincidir con él, aquel Curro Vargas de las crónicas taurinas siempre demostró el enorme conocimiento que tanto de la fiesta como del periodismo poseía y sabía transmitir. Innumerables las anécdotas a colación de las corridas de la Asociación de la Prensa que tantos años presidió. Y siempre en sus labios su Monóvar natal, cuya tierra ya le acoge para toda la eternidad. Sit tibi terra levis.

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