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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

La maldición de los alcaldes embrujados

Tengo mucho ojo para evitar confundir un aparecido con los genios que te conceden tres deseos

Nentado en mi sillón que fue del Salón Azul -del que ya les conté la historia- convocaba a las musas para sacar adelante estas líneas semanales cuando se me apareció el fantasma. Me pegó el muy capullo un susto de muerte, porque en carne fantasmal tiene todo el aspecto, con su levita negra y su volumen imponente, del mayordomo de «Downton Abbey», y siendo amplio mi despacho, el señor Carson está más diseñado para la biblioteca de una mansión y la atención a la condesa viuda de Grantham, que en comparación con ella tengo la maldad de una monja clarisa. En fin, ya que se había dignado manifestarse no le iba a hacer un feo, así que muy amablemente le pregunté si necesitaba algunas misas para que su alma errante se librase del Purgatorio, que es lo que normalmente pedían los espectros en el siglo XIX.

Tengo mucho ojo para evitar confundir un aparecido con los genios que te conceden tres deseos, por lo que me malicié que el tal Carson no tenía pensado sacar de su lámpara el Mercedes que me hubiese venido mucho mejor que cualquier revelación. En tono bajo, aunque admonitorio, me comunicó -mirando con gula la bandeja de bebidas- que no necesitaba para nada misas y que una copa de brandy Constitución medalla de oro le complacería mucho más. Si no fuera porque es inútil gastar el licor con espíritus, le hubiese puesto una copa, pero por si acaso me serví yo una, intuyendo que la conversación iba a precisar de la adición de algún brebaje alcohólico, para poder argumentar a posteriori que todo fue un sueño.

«Hemos leído en el resumen de prensa de la hemeroteca espectral el artículo que dedicó a los fantasmas del Salón Azul -comenzó a explicar- que por cierto ha sido muy comentado; desagradablemente, debo añadir. Si bien no tiene ni pajolera idea de cómo es nuestra cofradía, sí que acierta en que hay brujería en el ayuntamiento de Alicante, pero nada que ver con sus acusaciones tendenciosas y hasta fantasmófobas, lo que está tipificado en nuestro Código. Debo advertirle en nombre de la Asociación de Espectros, Fantasmas, Aparecidos y Asimilados que si sigue acusándonos de que los alcaldes alicantinos enloquezcan, nos veremos obligados a tomar medidas». Vaya por dios -pensé para mí- no te basta con perder amistades entre los vivos como para también desairar a los muertos: «Lo siento, Carson, no quería ofender», le dije.

«No me confunda con un mayordomo por muy de casa bien que sea -replicó enfadado- porque usted es de esos que cuenta lo primero que se le ocurre y así le va. Entérese, amigo mío: los fantasmas, por convenio, nos ocupamos de sustos, mensajes del Más Allá y de encargar encomiendas a los vivos de promesas que no cumplimos en vida y por la que arrastramos la sábana, en mi caso la levita, mientras que de cosas mágicas se encargan brujas y nigromantes. En el otro barrio la usurpación de funciones es delito muy feo por lo que le ruego haga llegar a los dos o tres lectores que conserva -dios sabe por qué- que no somos en absoluto responsables de las acciones u omisiones de Alperi, Castedo, Echávarri o Lassaletta

Como el Constitución es carísimo, me pasé al Carlos I Imperial y me serví otro copazo arrellanado en el orejero, seguido por una mirada de envidia fantasmal, alguna ventaja tiene estar vivo. Así le dije, y pongo a mi gato Aramis por testigo: «Señor fantasma, no me castigue por mi ligereza en escribir y dígame quién es el responsable de embrujar a los alcaldes alicantinos, de forma tal que pueda evitarse con el próximo o la próxima, a ver si de una vez esta desventurada ciudad tiene solución. Deme una receta para acabar con la brujería».

El señor Carson hizo una mueca como de reírse, lo que en su caso añadía espanto a la pavorosa visión, ya enturbiada, lo reconozco, por el trasiego de los espirituosos que andaba ingiriendo. «¿Pero usted se cree que los fantasmas pasamos consulta y hacemos recetas como los médicos de la Seguridad Social? Lo único que le digo es que no piense tanto en fantasmas y busque por ahí una bruja que seguro que encuentra más de una/uno. Seguro que cuando era pequeño, hace cientos de años, leyó el cuento -que no es tal, sino hecho verídico y comprobable- de la Bella Durmiente a la que la Bruja Maléfica hechizó en la cuna. Recordará que si se pinchaba con la rueca dormiría el sueño eterno hasta que un Príncipe la despertase con un beso de amor. Sólo le diré que busque alguna espinita en el bastón de mando que les entregan a los alcaldes».

Demonios, pensé, a ver si va a ser eso, pero y ¿cómo a Miguel Valor y a Luna no les afectó la maldición? Es cierto que Valor se puso guantes en su toma de posesión, que al hombre le han puteado tanto que prudencia le sobra. ¿Y Luna? ¿Tomaría posesión simbólica?, porque no le recuerdo con bastón (bueno, ni casi como alcalde).

«Señor fantasma: ¿No tendrá, por casualidad, el móvil de Maléfica?», le pregunté, porque el caso hay que investigarlo con más detenimiento. Y ya de paso, y antes que se filtrase por detrás de la biblioteca, le dije que no fuera tan rácano de leer mis artículos en el Dossier de Prensa y se gastase los 2,50 euros que vale el INFORMACIÓN. Estoy seguro que el señor administrador del periódico me lo agradecerá.

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