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Vuelta de hoja

Algo huele a podrido

«Los papeles lo ponen como hombre de mérito»- dice el primero. A lo que el segundo contesta: «En España el mérito no se premia

Algo huele a podrido en el reino de Dinamarca» fueron las palabras que, entre otras, William Shakespeare puso en boca del atribulado Hamlet. Si al escritor se le hubiera dado la oportunidad de escribir Hamlet en la España del siglo XXI, hubiera cambiado de reinado sin duda ninguna. Pero hubiera hecho una obra de teatro coral con millones de «Hamlet» (todos nosotros) tan cuitados o más que el de la versión inglesa, arrastrando los pies cansinamente con un cráneo en la mano preguntándose con mucha introspección: Nos toman por tontos o por gilipollas, esa es la cuestión. El reino de España es hoy por hoy un cocedero despojos cuyos vapores y miasmas resultan ya insoportables, los que están a la vista y los que se ocultan bajo las alfombras que me da a mí el pálpito que del iceberg solo vemos la puntita, la puntita nada más que somos vírgenes y medio lelos. Hay una frase del gran Valle-Inclán que se ha hecho viral en las redes, de modo que no me atribuyan mérito alguno. Se trata de un diálogo entre sepultureros en trance de enterrar un cadáver en la escena decimocuarta de «Luces de Bohemia». «Los papeles lo ponen como hombre de mérito»- dice el primero. A lo que el segundo contesta: «En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo» ¡Cráneo privilegiado! Así vemos, que nada ha cambiado. A un duque al que se le fue la mano en alguna caja premiado con una idílica estancia en Suiza, a trapazas de distintas tramas descojonados de risa en alguna terracica, presidentes de gobierno cuya gestión fue nefasta con sueldo vitalicio y sueldo en empresas que previamente favorecieron, a haraganes de postín premiados con títulos universitarios. Ya me dirán si el genial manco no tenía razón.

Ha llegado a tal punto la desvertebración, la pestilencia que estamos paralizados no por la impotencia sino por el asombro, por la incredulidad. Esto no puede estar pasando, pero cada mañana, cuando despertamos, no sólo es que el dinosaurio aún esté aquí, es que hay cientos, miles de dinosaurios rodeándonos, uno por cada caso de corrupción, uno por felonía.

Fíjense ustedes, grosso modo, cuál es el panorama actual de la gente de mérito que diz que nos gobierna. El tiempo que debieran usar para la gobernanza, se les va entre juzgado y juzgado, comparecencia y comparecencia, rueda de prensa y rueda de prensa para intentar defenderse de pecadillos veniales tales como financiaciones ilegales, pagos en negro, tratos de favor, títulos (presuntamente fraudulentos), pesquisas hueras para tratar de hundir al adversario, bizantinas discusiones para dilucidar quien la tiene más grande (la corrupción), tapar la boca al pueblo a golpe de porra y ciento cincuenta y cinco vesanias, apuntarse al novio de la muerte con orgullo y regocijo, quitar de la boca el pan del pobre para dárselo al rico de las autopistas y los bancos. Entre tanto tejemaneje y tanto hacer acopio de tiempo para salvar las posaderas de sus ruindades creo que se han olvidado de su primera y única misión: Gobernar. Los Hamlet con un cráneo en la mano, que somos legión, dilucidando por quién carajo nos toman, llevamos ya demasiado tiempo esperando a que alguien nos haga la merced de decirnos ¿qué hay de lo nuestro?, de nuestro curro, de nuestra seguridad, de nuestra dignidad, del futuro de nuestros hijos.

Sí, aunque me tilden de demagogo, creo que es necesario la presencia de tecnócratas, tan denostados por los que pacen en las bancadas. Es preciso acabar con esta zahúrda de trepas y glotones que, so capa de la ideología, se arriman al carro para ponerse las botas. Los ministerios han de ser regidos por profesionales, rango de alto funcionario, sueldo justo y que le vayan dando mucho por la retambufa a los mesías.

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