Tengo la absoluta convicción de que la inmensa mayoría de ciudadanos españoles -catalanes incluidos- desconocía hasta hace unas semanas qué era Schleswig-Holstein y dónde estaba ubicado. Y ha tenido que ser el separatismo supremacista catalán, el nacionalismo antieuropeo de los independentistas, el que haya puesto en el mapa geográfico-político a este pequeño y extravagante estado federado alemán, un lander situado entre la Dinamarca del dubitativo Hamlet y la Alemania feroz del Tercer Reich. Por si alguna de ustedes dos no lo sabía, cosa que dudo, cabe recordar que en los estertores del régimen nazi-alemán y poco antes de que el austríaco Adolf Hitler -a la sazón hijo predilecto de Alemania- se suicidara, éste nombró como su sucesor y presidente de la Alemania nazi al gran almirante Karl Dönitz. El nuevo presidente nazi-alemán huyó de Berlín para refugiarse en la ciudad de Flensburgo, en Schleswig-Holstein -¿les suena?- celebrando allí las reuniones de gabinete durante los 23 días que duró su mandato antes de ser detenido por los aliados. Dönitz fue condenado en Núremberg por crímenes de guerra a 10 años de prisión. En 1980, es decir, anteayer, moría plácidamente en la Alemania libre, con 89 años, el nazi-alemán Dönitz. Nunca se arrepintió de su papel en el nazismo. A su entierro, en enero de 1981, acudieron cerca de 5.000 alemanes libres y numerosos oficiales del Ejército de la Alemania libre, para rendir honores al criminal de guerra nazi-alemán. Hablo de 1981, es decir, anteayer. El Gobierno de la Alemania libre ni se inmutó ni produjo ningún tipo de sanciones.

Pocos años más tarde, es decir, anteayer, era detenido en Schleswig-Holstein -¿les suena?- el líder del independentismo populista y xenófobo catalán, el huido Carlos Puigdemont, en cumplimiento de una euroorden del magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena que lo había procesado por los delitos de rebelión y malversación. Tras su ingreso en la cárcel de Neumünster (donde estuvo preso el escritor alemán Hans Fallada, seudónimo de Rudolf Ditzen, quien opinaba que el nazismo está tan arraigado en la sociedad alemana que difícilmente podrá ser extirpado) un tribunal de ese inquietante lander donde se cobijó el nazi-alemán Dönitz, heredero del que fuera hijo predilecto de Alemania, Adolfo Hitler, consideraba «inadmisible» el delito de rebelión, despreciaba la instrucción de nuestro Tribunal Supremo y ordenaba la excarcelación de Carlos a cambio de una propina de 75.000 euros. También cuestiona ese tribunal de la Alemania libre el delito de malversación del huido Puigdemont. Pero si la sorprendente decisión tomada en dos días (qué poco respeto a nuestra justicia) por ese tribunal de ese lander de la Alemania libre donde se refugió el nazi-alemán Dönitz no fuera bastante ofensa para España y los españoles, la ministra de Justicia de la Alemania libre, la socialista Barley, declaró que esperaba esa decisión del tribunal y que era la correcta. Para profundizar en el insulto, la ministra añadía desafiante que si España no justificaba suficientemente la malversación, el huido Puigdemont sería un hombre libre en un país libre, Alemania. Ergo, España ni es una democracia ni es un país libre. Lástima que el gran almirante de la gran Alemania, heredero de Hitler, el nazi Dönitz homenajeado en su entierro por alemanes libres y oficiales del Ejército alemán en 1981, es decir, anteayer, no estuviera vivo para saludar brazo en alto las declaraciones de la ministra de la gran Alemania libre. Tras la ofensa, el insulto; tras el insulto, la ofensa. Luego llegaron leves matizaciones de la Alemania libre, pero eso fue luego y fueron leves matizaciones.

¿Qué ha hecho nuestro Gobierno ante esas intolerables ofensas, ante las humillantes y despectivas declaraciones de una ministra alemana cuestionando que España sea un país libre y democrático? ¿Qué ha hecho nuestro Gobierno frente a descalificaciones de políticos y medios de comunicación alemanes contra España, su sistema de justicia, su respeto por el Estado de Derecho? Pues lo mismo que haría el presidente de EEUU, el primer ministro británico o el presidente francés si a sus países se hubieran referido: tachar de modélico el comportamiento del Gobierno alemán y felicitarlo, como ha hecho Rajoy.

Destacados líderes secesionistas y golpistas catalanes reclamados por la justicia española han huido buscando refugio en diversos países europeos (algunos se plantean pedir asilo político) desde donde se permiten y les permiten dar charlas y conferencias insultando a España, su sistema democrático, su Justicia, su libertad y su Estado de Derecho. Gran Bretaña (Escocia), Bélgica, Suiza, Dinamarca, Finlandia o Alemania son los lugares de libre paso o acogida de estos refugiados que dicen huir de la dictadura española. Desde esos países, con la complicidad de políticos, parlamentarios y medios de comunicación, y con la indolente equidistancia -¿o posicionamiento a favor de los golpistas?- de determinados órganos judiciales europeos, al violento, golpista, ilegal, antidemocrático, xenófobo y supremacista secesionismo catalán se le proporciona un siniestro altavoz para denigrar a España. ¿Y qué hace nuestro Gobierno ante la Europa que nos insulta? Callar; y cuando habla, tacha de modélica su actuación. Vergüenza, desamparo e impotencia.