El diario El País del viernes atribuía esta frase a una fuente de la dirección del PP: «En Madrid el partido ya va totalmente por libre, en descontrol». Cristina Cifuentes y los suyos han decidido resistir hasta el final y retar a Mariano Rajoy a cortarle en público la cabeza. Pero no es sólo el PP de Madrid, quizás es toda España la que está entrado en fase de descontrol.

La semana pasada hablaba del incendio que amenazaba la convención de Sevilla del PP por dos bombas que acababan de explotar: la decisión de los jueces alemanes de no extraditar a Puigdemont por rebeldía, y el máster falso de Cifuentes en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Una semana después, el incendio sigue vivo y el Gobierno ha dejado patente que no sabe cómo apagarlo.

El caso Cifuentes es muy aparatoso, pero de menor enjundia. Por eso su falta de resolución indica que algo grave falla en los mecanismos del poder. Cifuentes ya no debió ir a Sevilla. Una dimisión rápida, todos rojos por un día, y a pasar página. Pero Cifuentes fue, Cospedal la protegió («es hora de defender a los nuestros»), Rajoy la avaló y la convención ?destinada a levantar los ánimos del partido tras las encuestas favorables a C's? se convirtió sólo en un cierre de filas con la presidenta de Madrid.

Total, ¿para qué? Rivera tiene la llave y ya la ha enseñado. No quiere votar la moción de censura del PSOE, pero todavía menos quedar como cómplice de caciquiles corrupciones universitarias que repugnan al electorado meritocrático. Si el PP retira a Cifuentes, ningún problema. Caso contrario, votará a Gabilondo y perderán la Comunidad. Y el PP, a un año de unas europeas, autonómicas y municipales decisivas, no puede perder Madrid. Habrá que ejecutar a Cifuentes y cuantos más días esté en el pasillo de la muerte, peor para el buen nombre del PP. Además, surgen otros problemas de «masteritis» como el de Pablo Casado. El equipo de jóvenes promesas de Cospedal ?o la propia Cospedal? no ha estado a la altura.

Al final el caso Cifuentes está demostrando que Albert Rivera es implacable rentabilizando su papel de bisagra. El PSOE le sirve para amenazar y doblegar al PP. ¿Acabará Rajoy ?harto y contrariado? obedeciendo? Sevilla no ha servido para relanzar al PP y frenar a C's sino para todo lo contrario.

Pero lo más grave es lo de los jueces alemanes. La decisión de no extraditar a Puigdemont complica la instrucción muy rigorista del Supremo. Muchos juristas ?y el propio Felipe González? ya habían expresado dudas sobre la calificación de rebelión. Pero que lo hagan tres jueces alemanes porque no aprecian violencia suficiente no sólo es una cierta desautorización, sino que lo enturbia todo. Si al final conceden la extradición sólo por malversación malo, porque contra Junqueras y los otros «consellers» se pedirán penas de hasta 30 años por rebelión mientras que contra Puigdemont ?el jefe del «golpe»? sólo se podrán pedir 10. Y si no la conceden peor, porque sería una desautorización más grave. Por eso el agit-prop gubernamental intenta tranquilizar asegurando que los jueces alemanes pueden rectificar. Pueden sí, pero?

Claro, Llarena siempre tiene el recurso de retirar la euroorden ?como ya se hizo con Bélgica?, pero el prestigio del Supremo quedaría bastante chamuscado.

Y es toda la estrategia de liquidar el independentismo por la vía penal la que ha recibido un serio golpe. Querían matar a Puigdemont haciéndolo detener en Alemania y lo han convertido en un personaje internacional y consolidado su autoridad sobre el independentismo. Ahora, desde Berlín, volverá a intentar que el parlamento lo elija. De nuevo será imposible y cuando el 22 de mayo se acabe el plazo para la repetición de elecciones, decidirá si pone un títere al frente de la Generalitat o si habrá nuevas elecciones el 22 de julio.

Conclusión, el conflicto catalán no evoluciona bien. El 27-O la independencia se demostró imposible, pero ahora resulta que el independentismo está poniendo en crisis la democracia española. ¿Está España fuera de control?