De totas las barbaridades escupidas en la noche del miércoles por Buffon, portero de la Juventus, tras la decisión del árbitro inglés, Michael Oliver, de señalar penalti a favor del Madrid en el minuto 93, la más grotesta fue decir que había sido «un crimen contra la humanidad deportiva». No lo dijo en caliente, sino casi una hora después de acabar el partido. Y luego nos sorprenden escenas de violencia contra los árbitros en las categorías inferiores o en el fútbol amateur.

Habría sido una estupidez más de un futbolista en el centro del universo si no fuera por la enorme carga de irresponsabilidad al tratarse de quien se trata: un portero de casi 40 años, considerado una leyenda del fútbol europeo y en representación de un club histórico como la Juve.

El «crimen» de Oliver fue pitar penalti una acción que para media humanidad era penalti: un empujón por detrás del central Benatia sobre el delantero Lucas Vázquez cuando ese se disponía a rematar a escasos dos metros de la línea de gol. Cada uno de los millones de aficionados del planeta entiende como suficiente o no el desplazamiento para desequilibrar al extremo madridista. Y en este caso el VAR habría sido perfectamente inútil porque depende de la interpretación del árbitro.

La jugada, en todo caso, retrata la complejidad de la labor arbitral y el desprecio hacia ella de buena parte del colectivo de futbolistas. Es una broma, por otro ladoe, que el Juventus, club condenado por comprar a los árbitros durante años, a través de Luciano Moggi, sea ahora el justiciero que acusa al Madrid de pagar a los colegiados para ganar los partidos ( Chiellini, otro veterano que perdió los papeles).

Los cuartos de final de la Champions han dejado otros episodios lamentables: Pep Guardiola, entrenador del City, gritó y mandó callar al árbitro valenciano, Mateu Lahoz, por un gol anulado a Sané por fuera de juego antes del descanso que, en efecto, era legal. Después diría Pep que se había dirigido a Mateu de manera «polite (amable)», en una entrevista en la televisión inglesa, con todo el cinismo posible. Guardiola culpó de su eliminación ante el Liverpool a los árbitro de este año, a los del pasado e incluso al Real Madrid, que pasaba por allí.

Todo menos asumir el fracaso como parte de la vida diaria del deporte, como ese mismo día hizo tras caer contra la Roma el técnico del Barça, Ernesto Valverde, en eso todo un ejemplo.