Esto mismo debió de pensar por estas fechas hace cien años el propietario cosechero y exportador de naranjas, pimiento y cáñamo en rama, y fabricante de rastrillado; Ramón Montero Mesples, tras regresar de unas fechas de descanso en Torrevieja después de los ajetreados días vividos en la Semana Santa oriolana como capitán de la Centuria Romana, así como después de hacer balance económico de los ingresos y gastos que había tenido para poder sacar a las calles y plazas su aguerrido ejército. Y, realmente dicho balance fue descorazonador, pues como ya era costumbre el saldo presentaba déficit que, como siempre, sería soportado con su peculio.

En 1918, los ingresos fueron de 1.277,75 pesetas y los gastos ascendieron a 1.796 pesetas, con lo cual el rico cosechero tuvo que soportar 518,25 pesetas. La prensa local achacaba dicha situación a la falta de repercusión de la solicitud de ayuda que el mismo había hecho a unas trescientas personas pudientes de la ciudad a través de un saluda, de las que sesenta de ellas incomprensiblemente no contestaron, así como por la disminución de donativos y aumento de gastos de la tropa en ese año. A pesar de ello, al margen de sufrir en su bolsillo el déficit, el capitán de los romanos oriolanos soportó el costo de un nuevo traje para él, cuyos detalles los adquirió en Valencia, y de la capital del Turia se trajo la partitura del pasodoble «El Primer Batallón» para que fuera interpretado por la bandas de música de Bigastro y de cornetas y tambores de los Exploradores. También sufragaba los gastos de la procesión del Martes Santo que salía de la iglesia de San Gregorio con la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Caída.

La cuestación que se efectuó para que la ciudad pudiera disfrutarun año más de la tropa, iba encabezada por el Excmo. Ayuntamiento que contribuyó con 250 peseta, la Venerable Orden Tercera del convento de Santa Ana de los franciscanos, con 150 pesetas; el obispo Ramón Plaza y Blanco, 50 pesetas y el Casino Orcelitano, la misma cantidad. Sin embargo, «El Conquistador», más modesto, a pesar del encarecimiento del papel colaboró con 5 pesetas, y criticaba que entre cuatro buñolerías que hicieron su agosto en las tardes y noches de Semana Santa, sobre todo en el tránsito de Jueves a Viernes Santo a la espera de la procesión general, sólo contribuyeron entre todas con 11,50 pesetas. Al igual que las confiterías que agotaron sus existencias, entre ellas las de Joaquín y Julio Reymundo, y Evaristo Cárceles, que lo hicieron con 5 pesetas cada una de ellas.

Hay que tener en cuenta que salvo algunos cargos, la tropa estaba compuesta por asalariados, de manera que la banda de música costó 525 pesetas, los lanceros 280 pesetas, los tambores y cornetas 200 pesetas y los faroleros 125 pesetas. En ese año el ejército del Imperio estuvo formado por 180 hombres (58 lanceros, 58 faroles, 48 músicos y otros 16 de servicio).

La Semana de ese año además de por los «Armaos» destacó por el orden de las procesiones y el ornato de los pasos, destacando los de la Cena que iba adornado con flores naturales y con profusión de viandas a cargo de la Cámara de Comercio e Industria; el Prendimiento y el Lavatorio con luces de acetileno. Este último presentó la «nota nueva» de ir acompañada por nazarenos vestidos de blanco con capucha. Estos pasos estuvieron a cargo, respectivamente de Federico Linares Martínez de León y Andrés Pescetto Román.

La tarde y noche del Jueves Santo las calles se vieron rebosadas de fieles rezando las estaciones, y en los oficios de ese día se estrenó un palio en la catedral para conducir la Eucaristía al Monumento, cuyo costo fue de 12.500 pesetas.

Por último, la procesión de la tarde del Viernes Santo encabezada por el Caballero Cubierto Porta-estandarte Francisco Díe Losada, sufragada y organizada de inmemorial por el Excmo. Ayuntamiento, fue muy lucida y en ella participaron todos los estamentos e instituciones de la ciudad, como asociaciones religiosas, centros políticos, sindicatos y centros obreros, gremios, círculos, así como el clero y el obispo de la Diócesis.

Con el Sábado de Gloria se despedía en 1918 la Semana Grande de Orihuela, y a la vista de cómo se desarrolló se pedía por la prensa que para el siguiente año se anunciase con grandes carteles y en los periódicos para atraer forasteros, ya que era «momento que las procesiones de Semana Santa lleguen a tener celebridad». Y aunque tuvo que transcurrir mucho tiempo, a base de trabajo, se consiguió dicha notoriedad con su declaración como de Interés Turístico Internacional.

Sin embargo, al pobre don Ramón Montero solo le quedaba la esperanza de que, en 1919, el déficit no se produjera o fuera menor, y que en pocos días, el 15 de abril a las 23 horas se adelantaría la hora legal en sesenta minutos, tal como anunciaba «La Gaceta» el día 4 de ese mes.