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Crónicas precarias

La revancha

Domingo, 25 de marzo de 2018. Mediodía. Los grupos de whastapp de toda España entran en ebullición al empezar a recibir miles de mensajes en cadena jaleando la detención de Puigdemont. Fulgencio el de informática, tu tío Gustavo al que ves tres veces año, compañeros de colegio cuyos apellidos inexplicablemente recuerdas, los del equipo de fútbol? todos colapsan nuestro teléfono con su jolgorio antindependentista. Y claro, como soy una aguafiestas suprema, no puedo evitar preguntarme si realmente es necesario repantigarse así en el revanchismo.

¿Tanto les alegra que unas cuantas personas sean encarceladas por intentar llevar a cabo su proyecto político? ¿En serio su arresto justifica el festival de rabiosa satisfacción al que estamos asistiendo? Da igual que el Comité de Derechos Humanos de la ONU investiga una posible vulneración de los derechos políticos de Jordi Sànchez (expresidente de la ANC) y del propio Puigdemont, nosotros de jarana haciendo juegos de palabras y memes chuscos.

Sembrar el odio, envenenarnos a base de prejuicios y medias verdades resulta muy sencillo. Sin embargo, en esta vida nada es eterno (excepto el kéfir de agua que me ha regalado una amiga. Vaya movida el kéfir, otro día hablaremos de él) y un día, cuando el procés acabe - sea con el resultado que sea-, lo que nos vamos a encontrar es una sociedad resquebrajada, frágil, a punto de romperse entre nuestros dedos. Una sociedad emponzoñada de rencor, con diez millones de rencillas pendientes.

Hemos encallado en una crisis democrática sin precedentes y, en lugar de buscar una solución dialogada, una salida política a un problema político, muchos prefieren convertirse en una turba enardecida que se refocila con las dificultades de Puchimón y el resto de catalufos. Por cierto, me fascina que quienes ladran contra la Memoria Histórica o la apertura de fosas del franquismo porque, dicen, «reabre heridas» se lancen entusiastamente a meter cizaña con el tema catalán. Se ve que fomentar la inquina contra los habitantes de un lugar concreto es una receta infalible para facilitar la convivencia. Todo correcto.

Esta nube de venganza que nos sobrevuela también está provocando una simpatiquísima algarabía en torno a la prisión preventiva con la que están siendo castigados distintos líderes independentistas. Al parecer, hay algo muy reconfortante en frivolizar con la privación de libertad de otro ser humano cuando éste ni siquiera ha sido condenado y es evidente que no supone un peligro para la sociedad. «Están mejor que en un hotel», te sueltan. Y se quedan tan panchos los tíos. A ver, no es que quiera ser yo doña Obvia, marquesa de Obviolandia, pero, por si hace falta, lo recuerdo: estar en la cárcel es devastador. Punto. Por supuesto que las condiciones son mejores que en 1943, faltaría más, es que lo contrario sería inadmisible en un Estado de Derecho.

¿Quieres seguir envileciendo el clima social? ¿Disfrutas haciendo que el aire se vuelva irrespirable por momentos? Perfecto, pues reenvía de nuevo esa broma tan ingeniosa sobre el 155 al grupo que tienes con tus compañeros de clase de inglés. Continúa elevando el «que se jodan» a principio moral universal. Ya nos encargaremos los demás de recoger los pedazos que queden cuando todo esto sea pasado.

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