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Joaquín Rábago

Un fracaso colectivo

No busquemos culpables sólo en un lado, como hacen muchos: culpables o al menos responsables en mayor o menor medida

No le demos más vueltas. Lo que ocurre de un tiempo a esta parte en y en torno a Cataluña es un fracaso colectivo: un fracaso como nación, como la moderna democracia que aspiramos a ser.

No busquemos culpables sólo en un lado, como hacen muchos: culpables o al menos responsables en mayor o menor medida - según lo juzgue cada cual- los hay tanto al norte como al sur del Ebro.

Responsables, entre otras cosas, de que la marca España, que incluye a Cataluña, ésa que con tanto orgullo tratamos de pasear por el mundo, nunca ha estado tan degradada como por culpa de ese conflicto.

Me llaman estos días amigos de varios países, amigos de mis tiempos de corresponsal, y no acierto a explicarles lo que aquí sucede: la fanática obcecación de unos y la total falta de empatía, de flexibilidad de los otros.

Basta con leer la prensa extranjera - hoy que podemos leer todo lo que se publica fuera; no como en los tiempos de Franco cuando era la agencia EFE la que filtraba las noticias- para comprender la desazón que todo ello produce allende nuestras fronteras.

Aconsejan a nuestros gobernantes diversos medios europeos y de EEUU, así como algunos gobiernos amigos, no cerrarse en banda, sino buscar el diálogo porque sólo dialogando se podrá salir un día de tan difícil embrollo.

Pero ese diálogo será poco menos que imposible mientras allí sigan muchos instalados en una república que sólo existe en sus calenturientas cabezas y aquí se siga fiando todo a la acción punitiva de la justicia.

Podremos seguir encarcelando a independentistas, acusándoles no sólo de rebelión o subversión del orden constitucional y otros delitos, sino también de supuestas intenciones que el juez pretende leer en sus mentes.

Pero no hace falta decirlo: por mucho que algunos se empeñen en que la represión, la política de palo duro es lo único que entienden muchos en Cataluña, de esa forma no conseguiremos más que profundizar el foso cuando haría falta justo lo contrario.

Esto último es ciertamente difícil cuando cualquier llamamiento al diálogo es visto sobre todo por cierta prensa madrileña - sí, existe una prensa madrileña a la que le cuesta muchas veces entender a la periferia- como una provocación.

Y no se trata sólo de los medios tradicionalmente más conservadores, sino también de otros que hasta hace poco pretendían pasar por liberales, pero que en el tema catalán parecen haber perdido los estribos.

Corresponde al Estado central, que es en este caso el fuerte, mostrar generosidad. Se me viene a la mente el gesto del marqués de Spínola colocando su mano sobre el hombro de Justino de Nassau cuando éste le entrega las llaves de Breda.

Claro que para ello, los independentistas tendrían que apearse de su fanatismo y reconocer finalmente la derrota de su aspiración de llegar a la República mediante un antidemocrático golpe de mano.

Esto último parece por desgracia tanto o más difícil, y así seguimos. Puede que unos partidos pretendieran sacar tajada del conflicto si no en Cataluña, al menos en el resto de España. Pero es una visión tan interesada como fatalmente miope.

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