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Impresiones

A la hoguera

La primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos ?a su vez, la primera carta magna que existió jamás? protege la libertad de expresión como garantía esencial para un Estado democrático. Al amparo de dicha enmienda, y mediante una sentencia histórica que ha sido recordada en España en estos días, la Corte Suprema de Justicia con sede en Washington dictaminó en el año 1989 que quemar la bandera de las barras y las estrellas no era delito. Lo hizo no sin señalar su disgusto, porque los símbolos son las herramientas que dan solidez a un país. Pero la necesidad de evitar imposiciones tiránicas era aún más importante.

El Tribunal Europeo de los Derechos Humanos ha seguido la misma línea de pensamiento al negar que pueda considerarse delictivo quemar la imagen del Rey de España. Por más que el Congreso ?con una metedura de pata de las de órdago? se haya apresurado a afirmar que sigue prohibido el hacerlo, pocos van a hacerle caso porque lo importante es la sentencia que llega desde Estrasburgo. Y el hecho de que, por lo que yo sé, ninguno de los componentes de la corte europea haya creído conveniente recordar la importancia de las instituciones como la Jefatura del Estado y de las personas que las representan. Quizá porque ni siquiera resulta necesario; el sentido común es suficiente para sacar conclusiones. Vayamos con él.

De acuerdo con la sentencia que autoriza a quemar la efigie real, parece lógico que también sería del todo legítimo, y algunos pensarán que hasta conveniente, echar a la hoguera la fotografía de los expresidentes Pujol, Mas y Puigdemont, la del lehendakari en ejercicio y la de cualquier alcalde del reino, incluso si se trata de alcaldesas como las de Madrid y Barcelona. De igual forma cabría quemar la bandera nacional, la estelada o la ikurriña, según convenga al incendiario de turno, y por ese camino sería cosa de aplaudir la combustión de todos y cada uno de los símbolos tanto actuales como históricos que le vengan a uno en gana. La libertad de expresión ampara cualquier desprecio.

Pero lo que cabría preguntarse entonces es de qué expresión estamos hablando. Qué es lo que quieren decir no ya quienes queman la fotografía del monarca sino los que aplauden con regocijo, más que la libertad en sí misma, el mensaje del fuego. Sucedió de inmediato con la multiplicación de incendios de la imagen de la realeza para celebrar la sentencia del Tribunal Europeo y seguirá sucediendo cada vez que alguien pretenda ofender no ya a Felipe VI sino a quienes se sienten ciudadanos de este país. Así que estamos en lo mismo: cuál es el alcance del Estado de España y en qué medida hay que ganarse el derecho a formar parte de él. Porque en el fondo no estamos hablando de símbolos sino de pertenecer o no a España y, en consecuencia, a la Europa del Tribunal de Estrasburgo.

Por cierto, los que quieran irse, tienen el Brexit como guía y mejor ejemplo de lo que termina por suceder.

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