En este breve espacio, que no es tan breve, no puedo a alcanzar a desmontar toda la inquina que, buena parte de una izquierda trasnochada, hace con respecto a la superioridad moral de la izquierda. La propia definición se cae sobre su propio peso. Porque el mero hecho de ser un ser superior moral bajo el aspecto de una ideología, supone un quebranto del término. Es decir, la superioridad moral no es de las ideologías, sino de los individuos. Pero claro, cualquiera que repase las dos grandes ideologías matarifes de nuestra reciente Europa, el fascismo-nacismo y el comunismo, verá cómo se atribuyeron precisamente esa superioridad moral. En ambos casos la superioridad física, racial y, por supuesto, grupal.

En ese ejercicio cínico de la eliminación del individuo, que pasa a formar parte de las decisiones colectivas, se han producido las mayores matanzas y las mayores depravaciones que jamás mente humana pudiera pensar. Ahogando la individualidad de la persona, y sometiéndola al yugo de la tribu colectiva, las tremendas maldades quedaban supeditadas al liderazgo mesiánico de un Hitler o de un Lenin cualquiera.

El lenguaje críptico, de manual de zorrería, y las mentiras compulsivas de regímenes autoritarios y oscuros, celebraban los acontecimientos más sangrientos como victorias morales, por supuesto, supremacistas. Todas esas mismas falacias y medias verdades son amparadas por una «superioridad moral» acoplada a la ideología. Como si el individuo, que así se comporta, no estuviese dotado de inteligencia emocional y racional para cuestionar las tremendas barbaridades cometidas contra otro ser humano.

El mero enunciado de esa «superioridad moral» nos lleva siempre a la negación de la libertad del individuo. Ya piensan por ti. Ya te dicen el argumentario a emplear para justificar lo injustificable. Ya se encargan de lanzar las contra verdades que ahoguen cualquier disonancia. Ya están empleando el manual que, siglo tras siglo, y barbarie tras barbarie, siempre aduce al bien común como algo colectivo. Donde la persona no es sino parte de una decisión supra individual que la capa en su propia libertad.

Y entonces llegó la muerte del pobre chico de Lavapiés. Y todo el manual de la «superioridad moral de la izquierda», se volcó en las redes. Daba igual que el chico hubiese muerto por causas naturales y que la policía hubiese estado ayudándole a recuperar su maltrecha vida. Al loro con los comentarios que colgaron los pájaros. Pablo Iglesias, jefe de la superioridad moral: «Es inaceptable que un vecino de Lavapiés que trabaja para vivir tenga que salir corriendo». No hijo, no. Que sé que lo dice tu manual, pero en las sociedades democráticas vender ropa ilegal es un delito, y además murió por causas naturales. Juan Carlos Monedero, virrey de la superioridad moral cobrando de Venezuela: «Ha muerto Mame Mbaye, un joven perseguido por la policía. ¿No basta con ser inmigrante?». Otro que emplea el manual guerrillero. La policía no persigue jóvenes, persigue a quien comete delitos. Y a este chico que vivía en España doce años, se le tenía que haber dado su permiso. Vivió 8 años con el PSOE en el Gobierno, 4 con el PP y tres con los Ahora Madrid, que no os pilla trabajando. Y murió por causas naturales. Jorge García Castaño, concejal de Economía del Ayuntamiento de Madrid, y experto en colectividades varias: «Murió víctima del capitalismo y de un Estado que no reconoce a las personas «sin papeles». No fue a clase de economía ese día, este muchacho. El chico vino a España a vivir porque había capitalismo. Que no te enteras. Y no murió víctima de él. Y es verdad, yo estoy porque la gente que tiene arraigo aquí, y porque soy liberal, tenga sus papeles en regla. Es lección económica de capitalismo liberal. Y murió por causas naturales, por tercera vez, para ver si sois capaces de rectificar.

Decía la alcaldesa que es libertad de opinión lo que hacían sus concejales en las redes. Lo dijo espléndidamente Umberto Eco: «Las redes sociales le dan el mismo derecho a hablar a un idiota que a un premio Nobel». No hay duda. Algunos de estos son superiores en idiotez, con libertad de expresión incluida, y de izquierdas.