Imagino que conocen ustedes aquella fábula que narra las peripecias de un padre y su hijo que, montados en un pollino, reciben las críticas de sus paisanos, hagan lo que hagan: si ambos cabalgan sobre la bestia, son inhumanos; si ninguno lo hace, son tontos por andar; si monta el padre, es mal progenitor; si lo hace el hijo, mal vástago. Es, sin duda, una hermosa historia cuya moraleja, eso al menos entiendo yo, es que haga uno lo que haga siempre será criticado. Por ello, cada cual debe hacer lo que considere justo y necesario, sin prestar atención a los comentarios ajenos.

Sin embargo, cuando esos comentarios proceden de personas cercanas o bienintecionadas, el comentario puede cobrar la categoría de consejo y, si bien uno ha de tomar sus propias decisiones, sopesar y considerar los consejos siempre es un síntoma de prudencia. Por eso, como muchos lectores y amigos me han aconsejado que me deje de tanta literatura y entre más en materia, esta semana me limito a recomendarles la lectura, o relectura, durante los días de asueto de la Semana Santa en ciernes, de cinco obras que considero entre mis favoritas: El Quijote, de Miguel de Cervantes; La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa; Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami; Desgracia, de J. M. Coetzee; y 2666, de Roberto Bolaño.

Entrando en materia, podríamos volver al asunto inicial, las críticas, más o menos aceradas, y los consejos, más o menos acertados. Algunos de estos consejos, ya institucionalizados en la antigua Roma, deberían aplicarse a todos los órdenes de la vida y, muy especialmente, a la forma de hacer política hoy en día. Cuenta la tradición que el Senado romano siempre colocaba tras los generales victoriosos, cuando hacían su entrada triunfal en la ciudad, un esclavo cuyo único cometido era susurrar al oído del héroe la frase: «Respice post te! Hominem te esse memento!» (¡Mira tras de ti! ¡Recuerda que eres un hombre!). Sin duda, esta anécdota ejemplifica un buen consejo: «Actúa como un hombre y no como un dios». Pero los textos clásicos también nos dan ejemplos de buenos consejeros que, precisamente por ello, acabaron mal; tal es el caso de Séneca, maestro y asesor de Nerón, hasta que, perdida su ascendencia sobre el emperador, fue obligado por éste a suicidarse.

Veinte siglos más tarde no hemos aprendido nada. Los políticos, lejos de hacer caso a los que intentan que pisen la tierra, como el esclavo, o de dejarse aconsejar por gente más inteligente que ellos, como en el caso de Séneca y Nerón, siempre terminan por rodearse, o dejarse rodear, por una cohorte de aduladores insensatos y mentecatos que lo único que buscan es medrar a la sombra del poder y alimentarse de sus migajas y sus despojos.

Lo mismo sucede a la hora de confeccionar las listas electorales. Yo siempre he sido de la opinión de que el que deba confeccionar una candidatura electoral para una institución, pongamos por caso el Ayuntamiento de Elche, debería hacerlo con una premisa fundamental: que los componentes de esa lista fueran personas con una gran preparación y que jamás tuvieran miedo a decirle: «Hominem te esse memento!».

Dentro de un año justo, los partidos políticos se encontrarán en pleno proceso de elaboración de las candidaturas para las elecciones locales, además de autonómicas y europeas. De manera que, del mismo modo que me he permitido la petulancia de recomendarles cinco lecturas para esta Semana Santa, me voy a arrogar la potestad de dar también cinco consejos a los líderes de los principales partidos políticos de la ciudad para que, a la hora de incluir personas en sus listas, lo hagan con cierto criterio.

El primero, no ponga en su lista a nadie que desee fervorosamente estar en ella; esos fervores suelen ocultar motivos espurios. El segundo, no incluya a nadie que no haya demostrado que se puede ganar la vida perfectamente al margen de la política; no se puede pedir la confianza en personas que nada han demostrado. El tercero, no confíe en aquéllos que mudan de opinión sobre los asuntos o sobre las personas con demasiada facilidad; si ya cambiaron de bando en una ocasión, lo volverán a hacer. El cuarto, nunca jamás tome en consideración al que siempre le dé la razón, sus consejos no le aportarán nada. El quinto y último que, como en los mandamientos, es resumen de todo lo anterior: confeccione la lista pensando en la ciudad, no en usted, ni en su partido.