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El cuerno de la abundancia

A lo largo de los últimos cien años el Estado ha sustituido la familia en muchas facetas del bienestar personal. Hasta el siglo XX, las familias asumían casi todo el cuidado de los ancianos cuando ya no se podían valer. En las familias ricas vivían bien y en las pobres vivían mal. Ocurría lo mismo con la enseñanza de los niños o con la salud de todos. El Estado reduce esta desigualdad con el acceso universal a las escuelas y hospitales y con el sistema de pensiones.

El Estado aplica la solidaridad intergeneracional e interclasista, pero al mismo tiempo burocratiza los mecanismos, y por ello los percibimos como lejanos y ajenos. No nos parece que sea un instrumento de la sociedad, sino un artefacto extraño, una máquina absurda con la que debemos pelear para conseguir cosas, y con la que nos relacionamos desde la exigencia: reclamamos el derecho al máximo de prestaciones al tiempo que tratamos de esquivar los impuestos. Los gobernantes (y los que esperan serlo) contribuyen al fenómeno con su jerga económica incomprensible y con la práctica sistemática del reproche demagógico. Sus debates inducen a pensar que en algún lugar se esconde un inexistente cuerno de la abundancia que nunca deja de manar.

Lo cierto es que el conjunto de prestaciones del estado del bienestar sale del conjunto de impuestos y cotizaciones, es decir, de las rentas de los ciudadanos y de la actividad económica del país. Para más gasto se necesitan más ingresos, y ello requiere más impuestos, más actividad, o ambas cosas. Pero el dinamismo de los próximos diez o quince años es una variable difícil de adivinar, ya que nunca se sabe cuándo estallará la próxima crisis. La historia de la economía está llena de errores de pronóstico. Etapas de prosperidad que se antojaban indefinidas se han truncado abruptamente, y depresiones que se sospechaban eternas han dado paso a expansiones inesperadas.

Los humanos tendemos a imaginar que mañana será todo como hoy, pero nunca ocurre así. Podemos legislar sobre el valor de las pensiones durante los próximos veinte años: que derive del IPC, que sea un porcentaje del salario medio, o un tanto sobre el umbral de la pobreza... Pero lo que garanticemos hoy no impedirá que llegue un mal ciclo y el contable mayor formule preguntas inquietantes, del tipo: ¿pensiones o quirófanos? Al final la decisión se tomará de año en año, y por ello es de justicia que en este 2018, cuando la economía crece al ritmo del 3%, los pensionistas reclamen la misma mejora para su trozo del pastel.

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