No engañen más a la afición, no la tomen por estúpida. Esto se acabó. Otro año más de fracaso estrepitoso, otro año más de frustración, otro año más viendo cómo otros son los que suben, cómo otros son los que juegan la promoción de ascenso, otros son los que mantienen la ilusión, cómo otros son los que rectifican a tiempo, cómo otros son los que toman decisiones acertadas. No intenten manipular. El último entrenador dice que si ganamos al Mallorca todo es posible, se equivocó de ciudad eso era con/en Granada. Tiene el Hércules nada más y nada menos que cinco equipos, cinco, delante para poder alcanzar la cuarta posición, que ostenta el Cornellá, que además de tenernos ganados los enfrentamientos entre ambos, su calendario hasta final de temporada es bastante más asequible que el que le resta por cumplir al Hércules.

Siete puntos, más un partido, más calendario, hacen imposible la profecía de Josip Visnjic. En ocho jornadas tendría que ganar casi todo el Hércules y hacer lo contrario el Cornellà, todo siempre y cuando no le dé a otro de los cuatro equipos que hay de por medio no bajar la guardia y mantener la ventaja que poseen con los blanquiazules, sobre todo el Lleida, quinto con seis puntos de ventaja.

Dejemos el cuento de la lechera para Samaniego y seamos realistas de una vez por todas. «Alea jacta est», la ilusión ha quedado en abatimiento, la esperanza en desaliento, la alegría en amargura, la confianza en recelo. Un examen en conciencia de este Hércules, nos llevaría a las conclusiones que se han ido desgranando conforme ha ido desarrollándose el campeonato. Una plantilla mediocre confeccionada por una dirección deportiva mediocre. Ni en verano ni en el mercado de invierno se acertó en las incorporaciones. Todo ha sido mediocre en este Hércules 2017-18, hasta el punto de que, como se viene advirtiendo, tendrán que ponerse las pilas para poder disputar la próxima Copa del Rey, que con la mirada y el trabajo puestos en la siguiente temporada, debieran ser los objetivos hoy por hoy de quien sea quien mande en este Hércules sumido en la tristeza.

Quizás Quique Hernández sea la persona que el destino haya puesto en el camino del Hércules para que la entidad dé un giro radical. Hoy por hoy, es el único en el que se puede depositar confianza cara a un futuro inmediato que se avista nada halagador si las cosas y los cargos no cambian radicalmente. Esa es su tarea desde la presidencia que le han otorgado. Si hay que cambiar de despacho a Javier Portillo, que se haga. Que asuma otras responsabilidades en el club, las que sean, desde relaciones institucionales, aquel cargo ostentado en su día por Blas Bernal con derecho a barco de recreo, hasta director de protocolo, lo que sea menester mientras no afecte a la parcela deportiva, donde ha quedado demostrado que no ha estado a la altura que el Hércules demanda, bien por su incapacidad, bien por indisponibilidad de caja.

Ni lazos familiares, ni prebendas. La propiedad pertenece a una persona, el orgullo de pertenencia a la masa de aficionados. Los mismos errores año tras año, se vuelven cansinos, agotadores. Se ha convertido en un desesperante «dejà vu». Esta situación se hace inaguantable. No se puede jugar con los sentimientos, con la sensibilidad, con la pasión y la entrega de unos aficionados, ni de la ciudad cuna y casa del Hércules de Alicante.