Amanece y están todas las promesas del día aún intactas, como en un libro por escribir. Mientras se mira al espejo como a esa hora hacen millones de personas, el portavoz del PP de Alicante, Luis Barcala, sabe que en unas horas volverá a ser visible, que recobrará el protagonismo que durante esta legislatura de locos le han arrebatado entre todos, desde Echávarri a Bellido, desde Pavón a Belmonte y hasta las sombras de sus propios fantasmas, desde Alperi a Castedo. Ahora bien, Barcala, como todos nosotros, es heredero de una tradición de sagas infantiles que, a esta hora de la mañana, vuelven a activarse y el espejo le devuelve, junto a su rostro, el de un ángel a un lado de la cabeza y el de un diablo al otro. El primero le aconseja que no presente la moción de censura porque todo el mundo sabe que es inviable y el público de esta ciudad anda harto de que los políticos ejecuten gestos inútiles pensando sólo en otros políticos; el diablo, mucho mejor estratega, le susurra que adelante, que todo son ventajas: pondrá nerviosa a la izquierda, hará visible que mientras otros andan a trompicones sólo el PP tiene programa para Alicante -y qué programa: diez planes para un solo año, de récord- y finalmente le situará en la mejor posición para optar a la Alcaldía en 2019. Vence el diablo. Horas después, cuando Barcala ya es la noticia del día y todas las promesas se han cumplido, otros ángeles y diablos se activan. El ángel de Echávarri le musita que ahora sí se lo han puesto a huevo para una salida digna: que frente al argumento de los populares de que sólo ellos son la solución, él tiene la suya que es la generosidad, echarse al fin a un lado y facilitar un pacto de izquierdas que haga alcaldesa a la compañera Eva Montesinos. Pero el diablo le murmura que en cuanto se vaya ya jamás volverá a ser lo que es ni sabrá lo que sabe. Y le murmura, aguanta en el poder. Aguanta... Aguanta...
