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Óscar R. Buznego

El liberalismo de Vargas Llosa

El premio Nobel mantiene la fusión de vida, política y literatura en La llamada de la tribu

La política es una constante en la vida de Vargas Llosa. La descubrió de forma violenta a los doce años, cuando el general Odría derrocó mediante un golpe al presidente constitucional del Perú, que era pariente suyo. En la Universidad de San Marcos perteneció a Cahuide, una célula comunista clandestina, y allí leyó por primera vez a los marxistas clásicos y conspiró ingenuamente contra la dictadura. Luego se afilió a la democracia cristiana, abandonándola más tarde por la tibieza del apoyo dado a la revolución cubana, que causó en él auténtica fascinación. Su ruptura con Fidel Castro en 1971 por el caso de Herberto Padilla fue sonada. En 1987 se lanzó a la carrera por la presidencia de su país, que acabaría perdiendo contra pronóstico ante Alberto Fujimori, surgido de la nada como un vendaval, tocado con un chullo y subido a un tractor. A los pocos días de consumarse el fiasco, Vargas LLosa puso rumbo a Europa, prometiéndose que nunca más volvería a la "indeseable" política profesional, para la que decidió declararse inepto. Desde entonces, su quehacer político se despliega únicamente en la batalla de las ideas, bajo el estandarte del liberalismo. La actividad literaria de Vargas Llosa está igualmente impregnada de política. Compone su obra con la materia prima de la vida, las más de las veces la suya, y la política, piensa el Nobel peruano, es consustancial a la vida. Así lo expuso en una conferencia que pronunció en el año 2000 en la cátedra Alfonso Reyes bajo el título "Literatura y política": "es inevitable que la política aparezca. ¿Por qué? Porque es inseparable de la vida de una colectividad?la literatura no debe ser política, en todo caso, no debe ser solo política, aunque es imposible para una buena literatura no ser también- y subrayo también- política". Su novela preferida, Conversación en La Catedral, gira alrededor de la dictadura padecida por el Perú en los 50. En La fiesta del Chivo hace un retrato repulsivo del dictador dominicano Leónidas Trujillo. Una mitad de El Paraíso en la otra esquina está dedicada a la pensadora feminista y utópica, francesa con ascendientes peruanos, Flora Tristán. El sueño del celta deja testimonio de las atrocidades del imperialismo en el Congo belga. Como si fueran un trasunto de todas las estrategias ensayadas de niño en respuesta al autoritarismo de su padre, que entraba y salía de su vida sin previo aviso, muchas de sus novelas son un ajuste de cuentas, certero y descarnado, con todas las formas de la opresión. La fusión de vida, política y literatura alcanzó el clímax en Vargas Llosa a propósito de la interminable campaña de las presidenciales peruanas de 1990. El escritor comprometido y rebelde sucumbió al morbo de la política, creó el Movimiento Libertad, compitió y cosechó una derrota humillante por inesperada. La experiencia resultó para él "instructiva, pero deprimente". Del deseo de comprender lo que le había pasado nació El pez en el agua, un libro múltiple, donde se dan cita el político, el periodista, el narrador y la poderosa personalidad, de naturaleza díscola, según confesión propia, de Vargas Llosa. El texto contiene con todo lujo de detalles la mejor crónica electoral jamás escrita. Si aquella amarga aventura política fue uno de los varios sucesos que significaron un antes y un después en la vida de Vargas Llosa, "El pez en el agua" proporciona al lector una sensación única de plenitud literaria. En la trayectoria del Nobel peruano hay dos etapas bien diferenciadas. En la primera recibió la influencia de los intelectuales franceses de izquierdas y reaccionó a las enormes desigualdades sociales de los países latinoamericanos y la complicidad de Estados Unidos con las respectivas dictaduras vitoreando a la revolución cubana. En la segunda, el contacto con la cultura política anglosajona propició su asentamiento definitivo en las ideas liberales. Las lecturas de Popper, Hayek y Berlin fueron decisivas en la conversión de Vargas Llosa al liberalismo, que tuvo lugar en Londres, donde se sintió atraído por la actuación de Margaret Thatcher. Después de zigzaguear entre el entusiasmo y la decepción con el marxismo y la revolución, ahora es definitivamente un combatiente firme de la causa liberal, siguiendo así los pasos de tantos otros renombrados autores. Su última obra, La llamada de la tribu, se anuncia como una autobiografía intelectual, pero no lo es. Los pocos datos que proporciona no justifican tal catalogación. En realidad, es un álbum de siete fichas en las que expone resumidamente y con la claridad característica de su prosa las ideas de los liberales que más lo han seducido, de Adam Smith a Jean-Francois Revel, pasando por Ortega y Gasset, Raymond Aron y los tres ya citados, hacia los que muestra la mayor admiración. El libro cumple a la perfección con el objetivo de difundir y defender los postulados liberales básicos. Tampoco es un ensayo propiamente dicho de filosofía política, lo que puede causar cierta frustración en el lector. Vargas Llosa no cuestiona a fondo las paradojas y debilidades del liberalismo que apenas llega a enunciar, como por ejemplo la combinación de optimismo antropológico y desconfianza hacia el estado o su difícil conciliación con la igualdad. El escritor rotundo y hosco con el poder que fue Vargas Llosa rinde homenaje a sus maestros liberales con un compendio ágil y apacible de sus teorías. La actitud crítica asoma en contadas ocasiones y siempre con delicadeza. En el acto de presentación celebrado en Madrid amagó con provocar, preguntando al público si en España había liberales. Y, a pesar de ser un libro que no agita, pacífico y liviano, o quizá precisamente por ello, y por la lucidez y la soltura con que escribe Vargas Llosa, el lector se rinde al placer de leerlo.

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