Tal y como pudimos comprobar en la reciente exposición de la Colección Soler-Navarro en la Sala de Exposiciones de la Fundación Caja Mediterráneo «Andreu Castillejos, pintor», organizada por el Institut Comarcal del Baix Vinalopó, nuestro amigo comenzó su trayectoria artística queriendo ser pintor. Consiguiendo una obra de corte naturalista muy notable y colorista, en onda con los pintores más reconocidos del rodal como Varela, Albarranch o Pérezgil. Fue a partir de 1967, a los 25 años de edad, cuando Andreu se nos presenta por primera vez en su faceta melancólica y solidaria con los desposeídos, con unos cuadros al óleo sin color, apenas grises y pardos, y temáticas preferentemente tristes: mendigos pidiendo, perros famélicos escarbando la basura, árboles secos... Toda la poética de la miseria y la indefensión que ya no abandonará jamás, poniendo mayormente su foco de atención en los niños, las mujeres y aquellos ancianos más desfavorecidos.

A mitad de los años setenta Andreu descubre las posibilidades estéticas y documentales de la fotografía, dedicándose a ella con pasión y consiguiendo pronto el respeto de los fotógrafos locales, que asumían su portentosa ventaja «por venir del mundo de la pintura». Andreu exploraría primero la fotografía con nuestros temas locales, sobre todo el Misteri y, al mismo tiempo, caería en la cuenta de que con la ampliadora podía trasladar los negativos al lienzo o al tablero y valorar los elementos con lápiz o lápiz carbón. De aquí sus impresionantes dibujos sobre aglomerado a que nos tenía acostumbrados desde los últimos setenta hasta buena parte de los ochenta. Retomando de nuevo la fotografía en 1987 con la fundación de Esbart Zero (Andreu Castillejos, fotografía; Casto Mendiola, escultura y Juan Llorens, pintura). La faceta fotográfica más experimental y del arte contemporáneo de Andreu con creaciones a base de superposiciones y yuxtaposiciones de imágenes.

Parejo con sus éxitos fotográficos del principio, Andreu comienza a hacer sus viajes por todo el mundo poniendo en relación su subjetividad con todo lo que encuentra. Regalándonos a su vuelta exposiciones o pases de diapositivas que eran una maravilla. Y tenían razón nuestros fotógrafos, las sorprendentes composiciones y la plástica de lo fotografiado tenían el deje de los claroscuros de Caravaggio, Zurbarán o Rembrandt; con una prodigiosa difusión lumínica y bellísimos contrastes tonales. Nos encantaba sobremanera el blanco y negro de sus trabajos.

Andreu, una vez situado en el país elegido, viajaría casi siempre a pie, dormiría en estancias de instituciones no gubernamentales o gubernamentales, en chabolas de paso o en barracones varios. Y se alimentaría mayormente de cacahuetes, cocos, naranjas o plátanos; más la leche agria y algún huevo duro que se pudiera presentar. A su regreso, había que estar algunos días sin verlo ni hablar con él hasta que le volviese la voz y recuperase algunos kilos. Mientras tanto revelaría todos sus carretes acumulados.

Por estos días (hasta el 22 de marzo), en conmemoración de los 76 años del nacimiento de Andreu (30 de enero de 1942), el Ayuntamiento de Elche le ha organizado una elocuente exposición-homenaje en la Antigua Lonja Medieval, Plaça de Baix 1, con el título «Ojos de otro mundo». Una selección de fotografías de Andreu que ya fueron expuestas en su momento, pero que siempre volveremos a ver con agrado y nuevas lecturas. Muy bien por el Ayuntamiento. Y no dejéis de haceros con el bonito catálogo editado para la ocasión en el que figuran una veintena de reproducciones de sus fotos, pero con la novedad de que los títulos de las imágenes están bautizados por Juana Castillo, su viuda: «Sentados en calle con perro», «Niños con madre en río», «Tres niños con madre», «Tienda en desierto con fuego»... Donde se aprecia toda la gracia y la magia del Caribe que tanto nos enamoró.

A raíz de las exposiciones de Esbart Zero, y con otros amigos, fueron muchos los viajes que hicimos juntos y pude comprobar in situ la metodología de Andreu para conseguir sus misteriosos resultados tan expresivos y emotivos, sobre todo con la gente retratada. El tío empleaba la observación silenciosa: nada de bromas con los nativos, ningún guiño, ninguna sonrisa, ninguna invitación, ningún regalo, ninguna moneda... Había que dejarlo todo conforme estaba, para no malacostumbrarlos, para no contaminarlos; en cambio, si alguien nos invitaba a comer en la austeridad de su casa había que aceptar en seguida para no ofender. Yo insistiría chinchando en que no entendía el manual del viajero en qué se basaba y no lo veía justo. Podíamos estar erre que erre todo el día. Mira que lo pasamos bien. (Continuará).