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Joaquín Rábago

Admirábamos tanto a Cataluña

Sí, hubo una época en que admirábamos tanto a Cataluña, ese pequeño trozo de nuestra curtida piel de toro que representaba para muchos jóvenes de entonces la modernidad.

La modernidad de un país por fortuna tan próximo a la frontera de la dulce Francia, que había sólo que cruzar para ver películas que estaban a este lado prohibidas por un régimen tan cruel como casposo.

Un país con una capital hermosa y antigua al tiempo que abierta a Europa, de donde nos llegaba lo mismo el eurocomunismo de un Enrico Berlinguer que el cine de Visconti o Pasolini.

Con su propio movimiento de cine de vanguardia, la conocida como Escuela de Barcelona, cuyos creadores -Ricardo Bofill, Joaquim Jordá, Pere Portabella, Vicente Aranda- y sus musas como Serena Vergano o Teresa Gimpera frecuentaban el mítico Bocaccio.

Yo trabajaba entonces en Triunfo, aquel semanario que tanto hizo desde una izquierda plural y laica por la democracia española en la última etapa represora del franquismo.

Y a nuestra redacción llegaban no sólo las principales revistas europeas como Le Nouvel Observateur o la italiana L´Espresso, muchos de cuyos artículos yo me encargaba en traducir para los lectores españoles, sino también con cierta asiduidad los intelectuales catalanes que colaboraban también en sus páginas.

Me refiero a gente como Manuel Vázquez Montalbán, Manolo para todos nosotros, el valenciano de origen Muñoz Suay, el cristiano marxista Alfonso Carlos Comín, el inolvidable Luis Carandell, el fotógrafo Xavier Miserachs , la dulce feminista, prematuramente fallecida Montserrat Roig, y tantos otros.

Barcelona era también por aquel entonces el mayor receptáculo de talento literario con autores como García Márquez, Donoso, Segio Pitol, Bryce Echenique, Vargas Llosa y sus colegas catalanes como Carlos Barral, los Goytisolo, Marsé, Castellet y tantos otros.

Todo lo cual fue posible no sólo por el ambiente bohemio y de libertad de la ciudad, sino también por la existencia de una potente industria de grandes y pequeñas editoriales como Planeta, Plaza & Janés, Anagrama, Tusquets o Seix Barral.

Da verdadera pena cuando uno piensa en todo aquello - sin olvidar por supuesto los hombres y mujeres de la "Nova Cançó" - y ve en lo que parece haberse convertido esa Cataluña que tanto admiramos un día y de la que incluso tanta envidia sentíamos muchos.

Una Cataluña, la actual, enredada en su propio laberinto por culpa de unos políticos tan intrigantes como mediocres, que parece sólo mirarse al ombligo y que tan lejos se nos antoja aquella otra, tan progresista y abierta al mundo, de nuestra juventud.

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