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Ramón Pérez

Como decíamos ayer

Ramón Pérez

Otra faena del subalterno

Partido de amigos en una urbanización con pista de cemento y poca visibilidad nocturna. Ataque sin fe de un jugador al que no se le recuerda gol alguno, tampoco demasiado interés por el fútbol, pero sí en ver a los colegas después del trabajo. En las fervientes tertulias futboleras se aferra al botellín y reclama al camarero más alpiste. Cuando se le pide opinión es salomónico y habla de la superioridad de Alemania en los Mundiales, de lo dura que es la Liga italiana y, sobre todo, de que Raúl empezó su declive al dejarse el pelo largo. Todos asentimos, para qué rebatirle si habla con tanta confianza. Pero estábamos en el partidillo. Ataque sin fe y punterón. A la frente del defensa. Cae desplomado. Hay solución: «Si vuelve en sí, que se ponga de portero. Si no, habrá que llevarlo al hospital». La ficha de la hora de luz apremia y hay que tomar decisiones tajantes. Al partido de ayer en el Rico Pérez poco le faltó para adquirir tales carices grotescos. Sólo la inocencia del Formentera mantuvo con vida a un Hércules errático y apático. Olés para los visitantes, abucheos a la dirección deportiva e imprecisiones en el césped. Demasiadas. El amigo desplomado, fuera de todo peligro, terminó yendo al hospital por puro juramento hipocrático de su profesión (técnico en prevención de riesgos laborales). Antes de que cunda el pánico generalizado, que haya nueve jugadores (la peor pesadilla para cualquier pachanga) lo deja todo bien atado. Llama por el telefonillo a su hermano pequeño para que baje y que el partido sostenga la poca decencia que le queda. «Ponte de portero para que no entres a jugar frío», le ordena de lejos un veterano al chaval. Él asiente sin decir nada. En los últimos minutos las rampas de sus compañeros le sacan de la portería, caza un balón y decide el partido. «Es que está menos cansado que nosotros», se escuda uno de los rivales. Quizás ayer Tarí sacaba de un nuevo embrollo al Hércules por su lozanía y por llevar apenas 20 minutos en el campo. Pero la excepción se está convirtiendo en norma y el canterano llama a gritos a las puertas de la titularidad de un equipo cuyos delanteros necesitan horas para marcar un gol. Él lleva un par en dos ratitos. «Que no se deje el pelo largo», me pide mi amigo. No le discuto.

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