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Lorena Gil López

A contracorriente

L. Gil López

Todos somos duendes

El jueves no hice huelga. Era mi día de libranza en el periódico, pero es que en casa tampoco pude estar parada: puse lavadoras, hice la comida, recogí un poco las habitaciones, en fin, tareas que suelo hacer los jueves. Cuando vinieron los pitufos, les pregunté que tal había ido el colegio y la nena, con sus seis años recién cumplidos, me contó que su profesora no había ido porque era el Día de la Mujer. Yo empecé entonces una disertación sobre la importancia de esa jornada, que las chicas recogen la mesa, y los chicos también; que las chicas limpian, y los chicos también; que las chicas compran, y los chicos también; que las chicas friegan, y los chicos también... Ellos me miraban muy atentos, como si estuviera descubriéndoles un nuevo mundo, o eso me parecía hasta que les solté, que esto era así porque todos, chicas y chicos, somos... Y cuando esperaba que me respondieran «iguales», va el pequeño de 4 años y me espeta «duendes», parafraseando a una serie de dibujos animados. Me entró tal carcajada que les contagié la risa y mi hijo casi se mea encima, y ya se perdió el encanto de la madre reivindicativa, luchadora y feminista.

Luego estuve pensando que no sería tan catrastrófico, que la idea no era tan mala, imagínense: poder ser duendes para hacer desaparecer con una varita mágica a aquellos hombres que no creen en la igualdad, que hacen todo lo que está en sus manos para que la sociedad no avance y sigamos en el Paleolítico, que nos minusvaloran, desprecian, insultan, relegan y hasta en ocasiones matan simplemente porque somos mujeres y nos consideran inferiores en todos los ámbitos de la vida, en el trabajo y en la esfera privada.

Sí, la verdad es que ser duende no estaría nada mal.

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