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Toni Cabot

La atalaya

Toni Cabot

Dos palabras

«María, moscas». Dos palabras, únicamente dos palabras encubrían una orden que debía ser cumplida al instante. Tuve conocimiento de la escena siendo un niño, relatada por mi madre, que solía mencionarla cuando le hervía la sangre al escuchar algún caso de desigualdad o maltrato. Contaba que siendo muy joven supo del extraño ritual de una vecina que se levantaba en silencio de la mesa al escuchar aquellas dos palabras pronunciadas por su marido, generalmente a la hora del almuerzo, para dirigirse a la puerta del domicilio conyugal, una planta baja con dos hojas enormes de madera de pino en la entrada, las que, nada más escuchar la sugerencia ('María, moscas'), comenzaba a mover a ritmo pausado para ahuyentar los insectos mientras el hombre de la casa daba buena cuenta del cocido. Aquel relato regresó ayer a mi memoria en un céntrico restaurante alicantino, en el instante en que dos jóvenes madres que almorzaban junto a sus parejas en una mesa próxima fueron a cambiar los pañales a sus respectivos bebés sin que ninguno de sus acompañantes hiciera el más mínimo gesto para asumir la misión, dando a entender que tal desempeño ni iba ni iría nunca con ellos. Entre la primera y la segunda escena que les acabo de contar han transcurrido alrededor de setenta años, así que, amén de la contundencia y claridad que arrojan las cifras y datos que van a tener ocasión de escuchar y leer hoy, resulta evidente que no hemos avanzado tanto. De hecho, si hoy seguimos recordando a aquellas heroínas de Nueva York, quemadas vivas hace 110 años por el empleador que las encerró mientras protestaban para reclamar igualdad; si hoy continuamos reivindicando derechos de la mujer que debían estar tan claros como asumidos, será porque seguimos conviviendo con gente empeñada en que le espanten las moscas.

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