La millor terreta del món», como vulgarmente es conocida nuestra población, expresión que se debe a los versos que el Marqués de Molins envió a su amigo Manuel Breton de los Herreros en 1841, inició su faceta turística, poco después de que la línea férrea de Madrid-Alicante se construyera en 1858, siendo llamados estos visitantes «forasteros o viajeros», ya que la palabra turista fue acuñada en el siglo XX. Este revolucionario medio de transporte, que sustituyó a las diligencias, permitió el desplazamiento de cientos de personas en un único viaje, además de hacerlo fácil y agradable, acortando el trayecto a un solo día y tan solo a 14 horas.

El buen clima y la atracción por los baños de mar fueron los principales reclamos de nuestros visitantes, dando lugar a una afluencia constante de forasteros, no solo en verano sino también en invierno, especialmente para aquellos que huyendo de las gélidas temperaturas de los lugares donde habitualmente residían, decidían refugiarse en nuestra ciudad.

Como lugares de alojamiento Alicante contaba con varias Posadas, las más antiguas estaban situadas en la acera oeste de la Rambla (la de Tadeo, del Pilar, La Higuera y La Unión) y en otras calles aledañas (la de José Senabre, la del Sol, la de Miguel Pascual de Bonanza, la del Torreón, la de la Balseta y la de San Francisco). Otras ubicaciones fueron la calle Gravina y alrededores, la nueva zona urbana planificada a finales del siglo XIX, llamada del «Ensanche», las calles circundantes al mercado de abastos, así como el barrio de Florida-Portazgo por ser una de las entradas más importantes de la ciudad. Pero la transformación de la población y la exigencia de un mayor confort y comodidades de los viajeros, fueron acortando la vida de estos establecimientos, llevándolos a su extinción, pues su estructura de grandes patios para las caballerizas y modestas habitaciones para pernoctar, quedaron obsoletas.

También existían las llamadas Casas de Huéspedes, que acogían al visitante de una manera más familiar y cómoda. De las importantísimas transformaciones de algunas de éstas, que ampliaron sus instalaciones hasta ocupar la totalidad de todo un edificio, conocidas generalmente como Fondas (Fonda del Bossio, Fonda de la Marina, Fonda del Vapor, Casa de Viajeros Vda de Samper), surgirán nuestros más afamados hoteles, de la primera mitad del siglo XX (Hotel Iborra, llamado con posterioridad Reina Victoria o Elordi; el Hotel Roma, llamado el Hotel Roma y Marina, Gran Hotel, Gran Hotel Iborra, Hotel Simón y finalmente Hotel Palace o Palas; y el Hotel Samper, denominado por un breve tiempo Hotel Roma). Contaba además Alicante con hoteles de segundo orden (Hotel Nogueras, Hotel Pastor, Hotel Terol, etc), y con multitud de Pensiones.

Una sociedad donde el destino de la mujer era el matrimonio, el cuidado de sus hijos y de su hogar, estando sujeta siempre a la protección y tutela de un varón, primeramente del padre y luego del marido, que podía incluso decidir sobre sus bienes privativos, dejaba muy poco margen para el protagonismo femenino en el mundo laboral. El campo de la hostelería proporcionado por el desarrollo del turismo, aunque no cambió la distribución de los papeles asignados, facilitó más trabajo femenino, aportó una salida digna a las mujeres solteras, viudas o sin recursos e incluso dio la oportunidad para que algunas de ellas destacaran como gerentes de importantes lugares de hospedaje.

La tarea de servir, uno de los principales oficios de la mujer asalariada, se activó con las contrataciones de camareras y doncellas, a las que se les encargaban las tareas domésticas y la asistencia y atención del cliente, un oficio carente de grandes aspiraciones, pero que multiplicaba los oficios femeninos humildes de la época (lavanderas, peinadoras, bordadoras, costureras, planchadoras, amas de leche, nodrizas, trabajadoras de fábricas). Hoy nos ofenderíamos de algunas de las condiciones solicitadas a las aspirantes a estos puestos, así como de los comentarios de algunos periodistas al cargo de la crónica social de la ciudad (frescas, juveniles, lozanas, bien agraciadas, etc).

Según el patrón establecido era el varón quien figuraba, como arrendatario del negocio o del inmueble y al frente del establecimiento de hospedaje, que se convertía siempre en el hogar familiar, contando con la colaboración anónima de su mujer, quien le ayudaba en todas las tareas de la casa, un trabajo que sin duda aumentaba a raíz de la humildad del establecimiento, donde se reducía la ayuda de sirvientas, doncellas y criadas. Algunas mujeres, continuaron al quedarse viudas el negocio del marido, otras encontraron en la apertura de estos establecimientos un modo de subsistencia a la mala situación económica dejada por la viudedad o por la soltería, un negocio que al fin y al cabo era para el que estaban destinadas: el cuidado y organización de una casa.

Pero muy pocas llegaron a destacar en este sector, haciendo que su negocio, fuera uno de los principales lugares de hospedaje existentes en la ciudad. Un caso curioso es el de Asunción Zaragoza Antón, oriunda de Elche, que vino a servir sobre 1863, cuando tenía alrededor de 20 años, a la Fonda de la Marina, siendo contratada, por el dueño del establecimiento Joaquín Fernández Ripoll. Un prestigioso lugar de hospedaje situado entre las calles San Fernando, Explanada y la actual Alberola Romero, del que acabó siendo socia y del que se hizo cargo por completo a la muerte de Joaquín en 1886. Apoyada por su hijo Juan Pomares, mantuvo los éxitos del hotel heredado hasta 1896 y arrendó otro nuevo que le llamaría Hotel Roma y La Marina (más tarde conocido como Hotel Palas), desde 1892 a 1901. Falleció tres años después.

Destacable fue también la figura de Catalina Inglada Payá casada con Antonio Samper Jordá, ebanista, que abrió una modesta Casa de Huéspedes en los últimos años del siglo XIX, en la calle de San Fernando 25, en una de las tres casas que ocupaba la manzana donde se ubica hoy la residencia militar, entre las calles Bilbao, Explanada, Rambla y San Fernando, anexionando, a los pocos años, parte de las otras casas colindantes. El éxito de su cocina, el lugar privilegiado y su precio asequible hará que los organismos oficiales y asociaciones particulares le asignasen banquetes y celebraciones y que la pernoctación en sus habitaciones fuera tan demandada que se hiciera necesario colgar el cartel de completo en muchas ocasiones. Una mujer en la que descubrimos las cualidades de lo que hoy llamaríamos una gran empresaria y que seguramente su marido también observó cuando en 1887 le otorgó poderes para que gestionase por completo la ebanistería y dedicarse él, con exclusividad, al taller y a la confección de muebles, que le requería la jornada completa, muriendo poco después. Catalina estuvo al frente de la Casa de Huéspedes hasta 1909 en que ocurrió su óbito. Sus hijos continuaron ampliando el establecimiento alquilando la totalidad de las tres casas hasta su desaparición en 1954.

Lo mismo le ocurrió a Elvira Cerrajón Jáuregui, viuda del famoso hotelero Escolástico Elordi, que tuvo que gestionar el hotel al fallecimiento de su marido en 1922, contando con la ayuda de sus hijos nacidos del matrimonio entre 1902 y 1915. La familia conservó el hotel hasta la década de 1960, tenía por entonces seis pisos y debía rondar las 80 habitaciones.

Más humilde será la Casa de Huéspedes de Carmen Bosch Villanueva, viuda de José Sellés Ramos, profesor de Primeras Letras, que a su muerte, ocurrida entre 1839 y 1841, la abrió, cambiando su ubicación a medida que su buena fama se iba asentando, calle Portalet, la Plaza de Ramiro, Plaza del Mar. En 1877 marchará a Murcia continuando con su hospedería, ofreciéndola en la calle del Rillo.

Hoy día la administración y gestión de los hoteles es completamente distinta. Sus propietarios sociedades y cadenas hoteleras, nada tienen que ver con esa empresa familiar que arrendaban los locales para establecer el negocio. En sus equipos directivos, formado por varios miembros, no nos resulta raro ver a una mujer ocupando el puesto más importante y de más responsabilidad, siendo habitual que estos cargos ya no residan en el hotel.

En la provincia de Alicante tenemos varios ejemplos de mujeres que están al frente de importantes centros hoteleros, citamos entre ellas: a Victoria Puche, directora del Hotel Maya; Cristina Cortés, del Hotel Leuka; Mariola Curt, junto con su hermano, del Estudio Hotel Alicante; Mª Teresa Orts, del Huerto del Cura; Marta López, con su marido, del hotel Tryp Ciudad de Alicante; Eva Verdú, del Holiday Inn de San Juan y del de Elche; Cristina Rodes Sala, del AC Alicante; e Isabel González Nuevo, del Meliá Alicante. Las dos últimas han ocupado durante los últimos años la presidencia de la Asociación Provincial de Hoteles de Alicante (APHA), una organización que representa a 60 directores de hoteles cuya finalidad consiste en el asesoramiento de sus miembros y la defensa, de manera conjunta, de los intereses de la industria turística ante las distintas administraciones.

Isabel González tiene a su cargo 235 empleados y gestiona 545 habitaciones. Afirma que nunca en sus distintos trabajos se ha sentido minusvalorada por ser mujer, únicamente ha encontrado en contadas ocasiones reticencias entre proveedores y clientes, uniéndose a su condición de mujer, su juventud. Cree en las posibilidades de nuestra ciudad, de sus recursos naturales como garantía de un excelente destino turístico, pero sostiene la necesidad de marcar una línea estratégica a largo plazo que sea constante en el tiempo y que por lo tanto no cambie con los gobiernos municipales o provinciales de turno.

Esperemos que Alicante siga creciendo turísticamente y que el modelo que genere sea un ejemplo de turismo sostenible, favoreciendo un mercado laboral donde se potencie la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, haciendo del progreso un futuro prometedor para todos los alicantinos.