Es un hecho aceptado que el género humano tiene pleno poder de adaptación a los cambios y vaivenes de la vida. Unos miran a otros preguntándose cómo pueden vivir en semejante situación cuando comprueban que esos otros están hundidos en la miseria sobreviviendo como buenamente pueden y, sorpresivamente, sin perder la sonrisa. Cuando los unos caen en desgracia y tienen que afrontar la miseria que vieron en los otros, comprueban que se adaptan como si se hubieran criado junto a ella desde la más tierna infancia.

En los últimos tiempos hemos tenido que acomodarnos de forma fulminante a las nuevas tecnologías de la información, que no nos dejan tiempo ni aliento para poder codificar la sucesión de acontecimientos que se nos vienen encima de una manera adecuada y conforme a nuestros propios intereses. La velocidad se convierte en una constante en nuestras vidas y hemos de conseguir que la adecuación sea completa al nuevo sistema imperante. Aquellos que viven al otro lado de la brecha digital no comprenden como los que están inmersos en ella son capaces de procesar tanta y tan variada información sin caer en la locura. La sorpresa aparece cuando dan el paso de entrar en el mundo digital y comprobar que en realidad no pasa absolutamente nada.

La conexión o desconexión digital es, en principio, un acto voluntario. Pero contrariamente a lo racional se puede convertir, y de hecho así suele suceder, en un comportamiento involuntario. Prestamos atención a las tecnologías circundantes antes que a un interlocutor que podemos tener enfrente conversando de lo humano y lo divino. Interrumpimos momentos de entretenimiento, necesidades o pasiones para atender la llamada de las nuevas tecnologías sin ser conscientes de ello.

Les invito a que realicen la prueba de la desconexión digital y comprueben en qué grado de adicción se encuentran. En condiciones normales tendríamos que ser capaces de desconectar sin que eso nos produjera problemas. Eso sí, hay que huir de las excusas fáciles, como aquello de que lo necesito para estar informado, por trabajo, por mantener las amistades activas y un largo etcétera. Simplemente desconecte una semana y compruebe que no pasa absolutamente nada, es más, verán con alivio que parece que las cosas son más repetitivas de lo que en principio pensamos, escucharán las noticias la semana siguiente y verán que se sigue hablando del esperpento catalán, de la Gürtel, de la Púnica, de los Eres, del machismo y del maltrato a los jubilados. Su trabajo se mantendrá intacto y sus amigos continuarán ahí, pero habrán verificado que son personas libres.