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La xenofobia y el populismo se han impuesto en Italia a las fuerzas convencionales de derecha y de izquierda. Bruselas tendría razones para estar sumamente preocupada, hasta angustiada, por la ola de euroescepticismo que supuestamente se avecina si no fuera porque la anomalía política es menos anomalía entre los italianos. Digamos que están más capacitados que otros para que la apariencia no traspase el umbral del riesgo. La Lega de Salvini empezó siendo en los noventa la Lega Nord, de Bossi. Abrazó el independentismo sedicioso padano para acabar convirtiéndose simplemente en un partido de derecha extrema, alejado de las demandas secesionistas. Derecha extrema y moderación son términos, antitéticos, lo sé, pero en Italia no es igual que en otros lugares, como explica la evolución de los neofascistas a posturas muchísimo más tibias a partir de la muerte de Giorgio Almirante. O el aggiornamento del Movimiento 5 Estrellas, auténtico ganador de las elecciones, que en manos del meridional Luigi Di Maio resulta ser un artefacto menos explosivo y más convencional que en las del cómico Beppe Grillo. Italia ha saltado por los aires y se abre un escenario de incertidumbre. Es cierto, pero no la primera vez que sucede. Hay costumbre. Los italianos sabrán arreglárselas una vez más, minimizando el impacto político de sus decisiones equivocadas como sólo ellos saben hacerlo. Vuelven a asomar las dos Italias, la coalición de derechas ha ganado el Norte, con el sorpasso de la Lega; y los grillini lo han hecho en el Mezzogiorno. Berlusconi ha fracasado al no poder sostener como pretendía a Forza Italia con la baza del moderado y europeísta Tajani. Le queda la jubilación. El centro izquierda se ha hundido. Renzi ya es dimisionario. No veo a Italia fuera de la UE. Los italianos, que jamás han querido hacerse cargo de una historia y de una identidad nacional, son europeístas por desesperación. Como decía Montanelli, sin una vida política ordenada Europa es su única posibilidad de supervivencia. Nos pasa también a nosotros.

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