Llevo varios días dándole vueltas a una cuestión que me preocupa profundamente por las repercusiones que tiene a nivel social. Cuando me ocurre esto, lo que más me alivia es recurrir a mi sabio amigo, sobre todo, porque su clarividencia me ilumina y sabe como nadie encontrar las palabras que mejor se ajustan a la relajación de conciencias. Me reuní con Gorgias en un pequeño café de la Explanada y sin muchas dilaciones le conté mi reflexión. No entiendo, le dije, por qué nos empeñamos en exprimir al máximo todo lo que nos rodea sin ser conscientes de las consecuencias.

Gorgias, tan pausado y flemático como de costumbre, esbozó una leve sonrisa y permaneció en silencio unos instantes. Amigo, susurró amablemente, esa es una de las cuestiones centrales de la obsesión humana por acaparar poder. Pensar que la vida está diseñada para los poderosos es un principio activo de los que persiguen con todo su ahínco la supremacía. Los proto hombres que se ajustan a este perfil están alrededor de la política, la justicia, la economía y la religión. Todos estos grupos favorecen el engrandecimiento del ego y la persecución implacable de lo que potencialmente puede ser esquilmado.

La política favorece el agotamiento de los recursos humanos en pro de beneficios partidistas y personales; la justicia se convierte en la llave del poder absoluto, sobre todo, porque es maleable e interpretable; la economía fagocita sin ninguna piedad a los más desfavorecidos en favor de los grandes; la religión ciega el sentido del alma y hace sucumbir a los designios de una fe siempre en entredicho.

Posiblemente sea la política la madre de todos los demás, porque puede promover proyectos de justicia, económicos y también religiosos, de ahí la gran ambición y codicia de tantos hombres por alcanzar la cumbre del poder político. A la hora de esquilmar nunca se sacian, porque consideran el trabajo y la vida ajena como una pleitesía a sus esfuerzos por gobernar. El poder político diseña las leyes, los impuestos y la confesión religiosa, normalmente sin escuchar atentamente lo que el pueblo quiere, porque se olvidan de él por su afán de explotar hasta la última gota.

La política consigue que los que han estado trabajando toda su vida para mantener el Estado, sean vilipendiados y maltratados en su vejez; que las mujeres tengan que seguir reivindicando su existencia igualitaria como si fueran unas parias laborales y sociales; y los jóvenes siguen en la penosa espera de poder ejercer su derecho a un trabajo digno. Mientras tanto los poderes políticos continúan con su función de esquilmar todos los estratos sociales sin el más mínimo miramiento.