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Niños de hoy

Las tazas negras

En las recientes fiestas navideñas un conocido comercio de nuestra ciudad puso a la venta unas insólitas tazas negras que regalaban insultos.

Lucían la novedad de unos letreros que algunos calificarían de graciosos, desenfadados o modernos, y otros de insolentes, agresivos, o sencillamente estúpidos. Fotografié varios que decían así: «Tu vida es una mierda», «Nadie te quiere», «Has engordado», «Mamá, eres una pesada», «Ya no eres joven. Pero había muchos más».

Me recordaron aquellas frases desamables que se pusieron de moda hace unos años y que venían a expresar en pocas palabras el menosprecio de unas personas hacia otras: «No me cuentes tu vida», «Ése no es mi problema», «Paso de ti»? Me hicieron pensar en el cinismo que contenían, en su sorna cruel, en su personalizada despersonalización. Y hasta me hicieron temer estar ya fuera de onda al indignarme tanto ante los incomprensibles inventos que otros aplauden, o al no verle en absoluto la gracia a este extraño humor actual.

Aunque no todo era «a la pasiva». Mientras hacía las fotos también me dieron ganas de darle un buen empujón al expositor donde se exhibían semejantes engendros.

La verdad es que me preocupa el momento social que atravesamos. Está demasiado lleno de risitas tontas, de superficialidad, de narcisismo, de disimuleo, de proclamar que «todo va bien», aunque nos cueste un verdadero esfuerzo a veces este vivir «en positivo», o este «disfrutar de la vida» que el ambiente nos impone y que nos deseamos unos a otros como un estribillo maravilloso, o un nuevo credo salvador.

Me da miedo la deshumanización que simbolizan estas tazas negras, que supuestamente están hechas con ánimo de divertir, pero que en realidad contienen mensajes para herir o molestar a otros. Y me da miedo que los niños vean estas cosas y se acostumbren a ellas. Como si diera lo mismo regalar un libro o un ramo de flores, que una descalificación o una burla.

Son cosas que se van colando poco a poco en nuestra cotidianidad y en nuestra manera de comunicarnos con los demás, pero que, como vienen camufladas de rabiosa modernidad, nos pasan desapercibidas. Son cosas que dejan ver la ignorancia de otras realidades y que hablan de unas relaciones que se basan más en la broma fácil y ligera que en la escucha y la amistad. Son cosas que nos confunden, nos desprestigian, nos cosifican.

Por otro lado comentaré que hace unos días leí un artículo que me impresionó vivamente. Salía en Aula de Infantil, publicación pedagógica dedicada a la pequeña infancia, y hablaba de las situaciones de pobreza que afectan cada vez a más familias. La maestra que lo escribía, Leire Garatea, hablaba de que su centro está en un barrio desfavorecido y que en una ocasión supo que una de sus alumnas de cuatro años no asistía a la escuela porque no tenía zapatos.

Contaba también que los niños le explicaban que «cuando tienen frío por las noches se meten en la cama de sus padres porque no tienen mantas; que van a casa de la abuela a comer cuando se les acaba la comida; que el día que les dan el cheque de ayuda familiar tienen que ir corriendo a comprar porque la nevera está vacía»? Los maestros de esa escuela hacen provisión de la fruta que sobra del comedor y recogen galletas, o bien de las que traen los alumnos que pueden hacerlo, o bien del Banco de Alimentos. Así tienen algo que darles a los que llegan en ayunas por las mañanas.

Y es que no se puede hablar de la infancia en singular. ¡Hay tantas infancias! Algunas pasan por nuestro lado cada día y ni nos damos cuenta, a pesar de que el contraste entre las infancias con falta y las infancias con sobra es abismal.

Por eso hoy, a cuenta de las tazas, he querido nombrar a los «innombrados», para invitar a visualizarlos, para darles un lugar. Aunque sea de papel.

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