Santiago Sierra sintetiza la evolución del arte desde la destreza manual hacia el ingenio, que reedita infinitamente a Magritte o Duchamp. Es decir, que su obra no merece mayor atención que una columna de periódico. Sin embargo, su serie fotográfica «Presos Políticos en la España Contemporánea» altera la percepción sobre el artista y sobre la contemporaneidad. Aquí no se escenifica un acertijo, sino una idea. Tan bien condensada que ha resuelto por goleada un debate de meses, en torno a la existencia de españoles encarcelados por su inclinación ideológica.

Sierra diseña el álbum con Junqueras, los «Jordis» o los titiriteros. A continuación, le asigna el precio nada carcelario de noventa mil euros. Vende «Presos Políticos en la España Contemporánea» por esa cantidad, lo cual autentifica el título de la obra y su contenido. Una vez cumplimentada la función primordial del arte, hallarle un comprador, el instalador dispara su provocación. O las 24 fotografías infamantes para la clase política madrileña cubren una pared de la mediocre feria ARCO, con lo cual se certifica el título, o se descuelga el montaje en un ejemplo de censura que rubrica el déficit democrático español.

A falta de decidir si en España hay presos políticos, queda garantizada su presencia en ARCO. (Respecto a la incógnita primordial, en el país tampoco había tortura, hasta que se cruzó una condena de Estrasburgo en sentido contrario). Sierra ha redondeado la partida con un jaque mate. Ni siquiera ha tenido que preocuparse de la traca final de su plan, las declaraciones hipócritas de las instancias políticas. Arco sostiene que retira la obra desde «su máximo respeto a la libertad de expresión», la célebre excusa del maltratador. Y el PSOE aprovecha para renegar de cualquier semblanza de progresismo en la estampa patética de Margarita Robles, presa política de la nulidad dialéctica al celebrar que la censura artística «es positiva porque contribuye a tranquilizar el ambiente y la crispación». La portavoz socialista no aclaró si es pertinente mantener las siempre crispadoras elecciones.