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Joaquín Rábago

Meterse en un zarzal

Abordar el tema de la enseñanza de las lenguas vernáculas en este país es meterse en un zarzal: en lugar de servir para tender puentes, se utiliza muchas veces la lengua como arma arrojadiza.

Lo estamos viendo una vez más con ocasión del amago, claramente populista, del Gobierno del PP de aprovechar el artículo 155 para acabar con o al menos corregir la llamada "inmersión lingüística" en Cataluña.

Se acusa allí al Gobierno central de tratar de volver a imponer allí un modelo lingüístico que va en detrimento del catalán mientras que desde el resto de España se lanza la acusación contraria.

No deja de resultar curioso en cualquier caso que quienes, desde posiciones centralistas, arremeten contra el supuesto o real menosprecio en Cataluña de la lengua de Lope y de Cervantes traten en cambio de fomentar en todas partes el inglés como lengua vehicular en las escuelas.

Nuestros liberales a la violeta tienen tanta debilidad por el inglés de EEUU que pretenden incluso que se utilice para impartir otras materias como si el español, idioma por suerte universal, fuera algo así como el swahili, con permiso de ese idioma africano.

Lo más ridículo que uno puede ver estos días es a padres claramente españoles hablar en la calle a sus hijos pequeños en inglés, un inglés además chapurreado y pobre.

Es como cuando en el siglo XIX, los nobles rusos hablaban a los suyos en francés, entonces de moda, porque el ruso era el idioma del campesinado y la servidumbre.

El inglés se ha terminado imponiendo en las instituciones europeas ante la insuficiente defensa que han hecho otros gobiernos, entre ellos el nuestro, de las lenguas de sus países respectivos.

¿No deberían nuestros gobiernos evitar que Europa, un continente entre cuyas riquezas están precisamente sus lenguas, sucumba un día al monolingüismo más uniformador?

Nada, por supuesto, contra el inglés, aunque ya no sea el de Shakespeare, tan rico y complejo, sino el mucho más prosaico del comercio y sobre todo de una publicidad cada vez más invasiva; pero impidamos al menos que acabe colonizando nuestras mentes.

Fomentemos el aprendizaje de otras lenguas - y no sólo el inglés -, y sobre todo impidamos que las que se hablan en nuestra "pell de brau" y tanto contribuyen a enriquecer nuestra común cultura sólo se utilicen para levantar barreras.

No es, ni puede ser la lengua tan solo un eficaz vehículo de comunicación, ni reducirse, como ocurre tantas veces, a un simple instrumento de propaganda.

La lengua entraña una visión del mundo, es la expresión más íntima del alma de un pueblo, portadora de los valores por él forjados a lo largo de su historia. Y renunciar a ella es como vender el alma al diablo.

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