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Vuelta de hoja 

Involución 

Es fácil que ustedes recuerden un suceso que dio la vuelta al mundo, removió el ingenio de humoristas y propició hasta un cachondo vodevil. Fue en Cáceres, en los primeros setenta. Al dictador le quedaban cuatro telediarios para hacerse un hueco en la historia universal de la infamia. El conspicuo cabo Piris, el miembro más antiguo de la policía municipal, celador del orden público y las buenas y aseadas costumbres, entró una mañana con más autoritario ademán que nunca en la librería Figueroa. «Buenos días. Vengo a quitar esa inmoralidad de ahí». Ante el pasmo del librero y sus recomendaciones de que no siguiera por ahí, que caería en un espantoso ridículo, el agente se mostró inflexible. La inmoralidad a la que el cabo Piris hacía referencia era una hermosa reproducción de la maja desnuda de Goya. Eran otros tiempos, claro es, en que la pacatería era una perfecta aliada del analfabetismo. Nos reímos mucho con aquello y aún lo haríamos sino fuera porque hoy por hoy, tras cincuenta años, nos despertamos después de un sopor paralizante y el dinosaurio aún sigue aquí. Creíamos desterrada de la faz de la tierra la ñoñería, la falsa moral, el pensamiento romo de mentes cerriles, pero no. Siguen aquí. Algunos ya les han cambiado el nombre. Antes eran sencillamente gilipollas de mente estrecha y enfermiza. Ahora son los neocon. El neoconservadurismo viene con fuerza y con más gana de dar por saco de la precisa. Pixelan pezones, ese delicioso remate de un bellísimo cosmos esférico como si el conducto que nos amamanta fuera denigrante, la carne trémula, el terciopelo glandular, indecente. Prohíben a las mujeres amamantar en la calle. Hay que ser muy ceporro o tener la mente muy tuneada de mierda para ver algo que no sea ternura en semejante gesto. En Alemania y Reino Unido han censurado los carteles que anuncian una exposición del pintor Egon Schiele por considerarlo pornográfico. La leyenda con que tapan los genitales pintados, reza: «Lo siento. Cien años, pero demasiado atrevido para hoy». Se quedan con las pollas y las vulvas porque no aciertan a ver la belleza dislocada de un hombre que le dio otra vuelta de tuerca a la realidad, que hizo del óleo un grito y de la decadencia, fuego de artificio imperecedero. No se le puede pedir más, efectivamente, al que tiene una polla y una vulva por cerebro. En España, la caza de brujas ha empezado por actores y cantantes. ¿Recuerdan cuando los cantautores, los de la canción protesta, eran encarcelados o se veían forzados al destierro? Pues no recuerden porque lo tienen a tiro piedra. Han seguido por tuiteros a los que amargan su minutito de gloria que ahora todo el mundo puede echar su cuarto a espadas en las redes sociales. Bendita libertad que anestesian con amenazas, como siempre ha sido, como siempre será en lo que no nos demos cuenta de que no hay peor dictadura que la que asumimos, con la cerviz baja y el beneplácito de la resignación. No. No pueden arramblar con la libertad de expresión porque sin ese privilegio natural no somos más que números muertos, carne de prisión y entelequias con piernas. No se puede multar a un chaval por hacer un montaje con su cara y la imagen de un cristo. No se puede enchironar a un rapero por cantar verdades sobre la monarquía a golpe de manotazos. Como no se puede encarcelar a dos artistas de los títeres por versionar a Lorca. También callaron a Lorca a tiros en una madrugada de olivos y llanto lunar.

En el año 1500, otro genio como Egon Schiele, Alberto Durero, pintó un autorretrato con la clara intención de parecerse a Cristo, de hecho, pasó a la historia como «Alberto Durero imitatio Christi». Nadie se rasgó las vestiduras ni fue sancionado por su insolencia. Creo que esta oleada de puritanismo, esta tremenda involución va mucho más allá del Renacimiento. Debemos buscar en el fondo húmedo, oscuro y desangelado de una caverna.

Addenda: Más que por solidaridad con el chaval sancionado, que también, la ilustración que les dejo hoy pretende sacar al borde que llevo dentro.

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