Treinta mil muertos al cabo del año por armas de fuego privadas son un extraordinario argumento para que Estados Unidos regulara la posesión y compraventa de armas de fuego. Actualmente comprar armas, incluidos fusiles de asalto con gran potencia de fuego, o de precisión, en los Estados Unidos es muy fácil. La Carta de Derechos estadounidense recoge las diez enmiendas a la Constitución de USA; la Segunda Enmienda establece que «Siendo necesaria una Milicia bien ordenada, para la seguridad del Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas, no será infringido». Es de 1791 e inicialmente estaba pensada para que las colonias que habían conseguido la independencia cuatro años antes pudieran armarse, organizarse en milicias y defenderse en un territorio que estaban colonizando.

En varias ocasiones se ha intentado actualizar este derecho, bien poniéndolo en contexto, limitarlo a los Estados, estableciendo registros, vinculándolo a formar parte de alguna milicia u organización policial. Son distintos casos que han llegado al Tribunal Supremo. En todos los casos la Corte Suprema ha ratificado que ni el gobierno federal, ni los gobiernos estatales y locales pueden infringir el derecho a portar -en el sentido también de poseer- armas como derecho individual. Ha matizado, sin embargo, que el derecho no es ilimitado y que es compatible con la regulación de producción y compra de armas de fuego o de dispositivos similares. En este cabe puntualizar que las sentencias, las últimas, sobre todo en este siglo se han tomado por una mayoría de cinco jueces a cuatro, los cinco del sector conservador. El tema de la politización del Tribunal Supremo -de la que tantas quejas hemos oido en España- en Estados Unidos es igual, porque allí los jueces también son de este mundo.

Los defensores del control de armas afirman que las ciudades estadounidenses serían más seguras si no hubiese tantas armas de fuego; los defensores del derecho a portar armas argumentan que cuando los ciudadanos respetuosos con las leyes se arman actúan «más rápido y mejor» que la policía estadounidense y por tanto las armas reducen las tasas de criminalidad. Los asesinatos masivos con armas de fuego han estado en el centro del debate desde la oscarizada película de Michael Moore Bowling for Columbine hasta el último esta semana. Barack Obama reguló mediante decretos que toda persona que haga negocio con la venta de armas se registre, obtenga una licencia federal y, por tanto, asuma la obligación de revisar los antecedentes criminales, de salud mental de sus compradores. Añadió cuando presentó las medidas que el pueblo norteamericano no puede «seguir siendo rehén del lobby de las armas».

La Asociación Nacional del Rifle (NRA) es actualmente el mayor grupo de presión de las empresas fabricantes de armamento, y uno de los mayores patrocinadores de las campañas electorales de muchos congresistas senadores, y por supuesto de Donald Trump que acudió a la última asamblea de la asociación. Lo primero que hizo al llegar a la Casa Blanca fue anular las escasas medidas que Obama había decretado; aunque ahora dice que hay que regular «la difícil cuestión de la salud mental». En Europa nos resulta difícil entender, pero la Segunda Enmienda forma parte de la cultura norteamericana. Ahora bien, se puede regular mediante el establecimiento de un registro, la obligación de conocer y certificar los antecedentes psiquiátricos y penales de los compradores, la prohibición de portarlas en lugares públicos o, incluso, como se hizo en la época de Al Capone, con unos impuestos muy fuertes a la compra de armas.

El problema es que no hay esa voluntad política, y la mayoría en la Corte Suprema sigue siendo de cinco a cuatro. Para eso Trump modificó el sistema de elección del último magistrado que propuso. Antes era necesario 60 senadores y ahora basta con 51, que es la mayoría republicana en la Cámara Alta. Por supuesto no hay esa voluntad política, Donald Trump está al servicio de los lobbies armamentistas. La prueba es que no solo exige a los aliados en la OTAN que aumentemos el gasto militar hasta el 2% del PIB, como recordó esta semana el secretario de Defensa, James Mattis, sino que además los buenos aliados deben comprar armas en Estados Unidos. Además, ha aumentado sustancialmente el presupuesto militar.

Como Donald Trump le advirtió a Kim Jong Un, su colega coreano del norte, mi botón nuclear es más grande. Quizá es que el tamaño sí importa.