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Ánxel Vence

Malos agüeros de febrero

Del martes y 13 y otras supersticiones

Febrero es mes de mal pronóstico; aunque marzo se lleve peor fama por aquello de los idus que le profetizaron con toda certeza al César. A tan desdichada y habitual circunstancia hay que agregarle el hecho de la coincidencia de un martes día 13 en el calendario de este 2018. Felizmente, aún no ha ocurrido desastre alguno, pero conviene estar atentos, por si acaso

La mala fama de este mes obedece, en realidad, a su clima inclemente que ya Shakespeare citó en una de sus menos conocidas piezas: "Tienes cara de febrero, llena de hielo, tormenta y nubarrones".

Aquí en España, país menos dado a la palabra culta y las buenas costumbres, febrero se recuerda en tiempos recientes por la irrupción del coronel Tejero en el Congreso entre gritos de "¡Todos al suelo!" y "¡Se sienten, coño!". La fecha pasó a la Historia particular de la infamia de este reino con la abreviatura de 23-F, como el informado lector recordará; aunque, felizmente, no desembocara en catástrofe.

Paradójicamente, un mes tan cenizo como el que atravesamos suele ser el del carnaval, la fiesta por excelencia en la que todo estaba permitido antes de que los ayuntamientos tomasen el bastón de mando para reducirla a un evento vagamente infantil.

Las supersticiones del almanaque no tienen por qué ser ciertas. Poco importa que febrero tenga un origen remoto en Februo, el dios de los infiernos en la mitología etrusca, o en las fiestas lupercales de Roma.

Ahí ha quedado, sin embargo, una ristra de refranes que entusiasmarían a Sancho Panza, famoso por enhebrar un proverbio tras otro como si fuesen las cuentas de un rosario. "Febrero, febrerín: el más corto y ruin"; o "Febrero el corto, con sus días veintiocho; si tuvieras más cuatro, no quedaría perro ni gato", o aún el más sintético: "Febrero, mes fullero". Y todo por el estilo. Lo del martes y 13, que este año afianza el mal fario de febrero, ya es asunto de otro negociado dentro del ancho ramo de la superstición. El martes ya era considerado día aciago por los egipcios, aunque el agüero -malo, naturalmente- se circunscriba en tiempos modernos a Grecia, España y buena parte de sus antiguas colonias de América. Los anglosajones prefieren aplazar al viernes y 13 la fecha a evitar en cualquier circunstancia.

Coinciden latinos y gringos, eso sí, en la maldición del trece, que parece aludir al número de comensales de la Última Cena -y en particular, a Judas-; aunque también en la Cábala judía se nombran trece espíritus malignos para fundar ese miedo algo pitagórico a la cifra.

De hecho, hay hoteles, mayormente en USA, que omiten el piso 13 en la numeración vertical de sus edificios, por más que la planta así ignorada siga siendo con toda evidencia la decimotercera. Y en Madrid, rompeolas de todas las Españas, la empresa municipal de autobuses se ha saltado la línea 13, aunque sí exista una nocturna que luce el número funesto.

Por fortuna, los supersticiosos de verdad niegan serlo, dado que eso trae mala suerte. Incluso en febreros con martes y trece incorporado como el que padecemos.

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