Meneses y Zilberstein

Teatro Principal de Alicante

12 de febrero de 2018

4 estrellas y media

Antonio Meneses, Violoncello.

Lilya Zilberstein, piano.

Obras de H. Villa-Lobos, C. Debussy, Rachmaninov, Shostakovich (bis) y Chopin (bis).

Temporada de la Sociedad de Conciertos de Alicante.

Eso de ensayar siempre me ha parecido una pérdida de tiempo. Me explico. Por cosas de la vida un día me vi tocando la Sonata para cello de Debussy con el violonchelista francés Jean Marie Gamard. La tocamos de arriba abajo y fuera. No hubo más, pero tampoco se necesitaba más. Yo conocía la obra con generosa profundidad y él directamente la poseía. Y aquello sonó a como si lleváramos tocando juntos toda la vida. O prácticamente. Un par de ensayos, como mucho, habríamos necesitado. La cuestión es que cuando se necesitan más de tres ensayos (hablo de música de cámara) es porque uno, o varios, de los miembros de la agrupación no domina suficientemente la obra. O que la entienden de manera absolutamente diferente.Recuerden la anécdota que cuenta Richter en el documental biográfico Richter, el enigma. La postura de Oistrakh y del propio Richter era contrapuesta a la de Karajan y aquello no funcionaba. Luego estaba por ahí Rostropovich, pero para saber cuál era su posición les recomiendo que vean cómo lo explica Richter. No tiene desperdicio. Todo lo contrario es lo que ocurrió el pasado lunes en el Teatro Principal de Alicante en el concierto que el violonchelista brasileño Antonio Meneses y la pianista rusa Lilya Zilberstein ofrecieron dentro de la temporada de la Sociedad de Conciertos de dicha ciudad. El dúo ofreció un concierto soberbio cuyo punto culminante fue la Sonata para cello Óp. 19 de Sergei Rachmaninov que ocupó la segunda parte. El gran mérito de la interpretación fue sin duda el conseguir que la Sonata, poseedora de un pianismo próvido, no terminara sonando a una sonata para piano con acompañamiento obligado de violonchelo. La responsable de esta bendita tarea fue la pianista Lilya Zilberstein que supo mantener como un color de fondo las miles de notas, tal vez recuerdo nostálgico del carrillón, que decoran la partitura del compositor ruso. Igualmente, el cellista brasileño no defendió una postura acomplejada, como también pasa con frecuencia con esta obra, y prefirió no luchar por sonar constantemente en primer plano, entendiendo que mucho de su papel tiene la función de contra-melodía o de compensación armónica. El resultado fue que una larguísima sonata se hizo corta y pasó como un rayo repleto de pasión por la sala de conciertos alicantina. En estos casos es de admirar la facilidad con la que los intérpretes, más allá de su amplia o no experiencia en la música de cámara, se escuchan sin necesidad de gesto ni de miradas; simplemente con el fraseo y el ritmo consiguen hablar a su compañero con un mensaje de una claridad tan meridiana que hasta las obras más comprometidas (véase la Sonata para cello de Claude Debussy) fluyen con una naturalidad que sólo se consigue, insisto, a través del dominio absoluto del instrumento, dominio que la señora Zilberstein y el señor Meneses demostraron, sabiendo dejar, esto también es cierto, el ego aparcado a un lado consiguiendo así la ansiada espontaneidad en la interpretación. Lo contrario es peligroso: y si no, que se lo preguntaran a Richter.