Admitamos que nuestras creencias nos están matando. Esa sentencia de Paul Romer, economista jefe del Banco Mundial, está dando la vuelta al mundo como si se tratara de una revelación mesiánica. Con ella, Romer ha conseguido poner a cavilar a muchos de sus colegas del nunca bien dominado mundo de la economía. Me alegra que los salvajes de la rentabilidad salvaje se pongan a pensar.

No quisiera yo quitarle mérito al árbitro de la cosa monetaria global, pero ya hace décadas que el psicólogo científico Albert Ellis formuló una teoría dirigida a la reflexión personal y a la terapia, que considero más completa y universal; más sociológica si se quiere: para llegar a disfrutar de una sana filosofía de vida hay que admitir que muchas de nuestras creencias (especialmente las dogmáticas, absolutistas o dicotómicas) son erróneas o irracionales, nos llevan a emociones negativas y nos están haciendo sufrir o entrar en conflictos, innecesariamente. Sólo a partir del reconocimiento de que podemos estar equivocados, nos situaremos en condiciones de revisar y modificar nuestras creencias y aliviar sufrimientos propios y/o ajenos.

Más acá en el tiempo, la neuropsicología descubre que las creencias (erróneas o no) crean estructuras neuronales que automatizan el pensamiento, desencadenando reacciones de patrón fijo tan estables en el tiempo como la propia personalidad: quizá eso mismo sea la personalidad.

Lo interesante del asunto es que, siendo incapaces de conocer toda realidad objetiva (que contiene demasiados datos), los humanos estamos llenos de esas irracionalidades a las que nos aferramos como si fuesen datos contrastados, hasta el punto de que ni siquiera percibimos cualquier información real, por tangible que sea, si no encaja en nuestro troquel personal (la negación del holocausto sería un buen ejemplo, pero no lo es menos lo que le gritamos a un árbitro de fútbol). Digamos de paso que lo personal se construye desde pequeños en lo social, lo cultural, lo familiar, lo nacional, lo formativo, lo informativo, lo desinformativo o lo manipulativo? y hay convicciones falsas que afectan hasta a civilizaciones enteras.

Sólo así puedo explicarme que haya en Alicante quienes defiendan que el gobierno de Ximo Puig miente sobre infrafinanciación, infrainversión o hiperdeuda; o que «València» arranca árboles alicantinos por interés o ignorancia; o que dedicamos cero euros a abordar el problema de la sequía; o que los presupuestos de la Generalitat torturan esta provincia; o que la Diputación es el gobierno provincial? A pesar de lo que digan la evidencia, la Historia o las Matemáticas, la acusación de que València nos deja sus migajas representa, para muchos, una verdad innegable. En consecuencia, antes con razón y ahora sin ella, se viene alimentando el sentimiento de ser agredidos. Llevo tiempo oyendo cómo instituciones varias de esta provincia reivindican la imperiosa necesidad de hacernos fuertes ante el egoísmo autista del Cap i Casal, y ahí acaban los argumentos (como hacen los nacionalismos redentores, que tanto critican estos mismos sectores de opinión, por cierto). Esta provincia está entre las top cinco de España la miremos por dónde la miremos y todavía es un diamante en bruto. Pese a todo, ahora no hay saqueo sino honestidad, desde aquí se lanzan cohetes al espacio, exportamos de todo a casi todo el mundo, nos anticipamos a la digitalización del futuro, apoyamos a todos los ayuntamientos sin sectarismos, se crea más empleo, riqueza, y crecimiento que la media española, lideramos el PIB nacional, convertimos las amenazas en oportunidades?

Alicante tiene el futuro en el bolsillo a poco que nos demos cuenta de nuestra propia fuerza. Y lo único que se les ocurre a algunos es el suicidio a base de populismo de brocha gorda y negra, de creencias que (nos) matan.