Es que no falla, llega febrero y a todos los alicantinos nos entra el «síndrome Vladivostok»: basta con que pasemos alguna semanilla levantándonos con una temperatura de 6 ó 7 grados (que luego a mediodía sube hasta los 12 ó 13, no te creas tú que€) para que a todos se nos ponga una cara de pena y sufrimiento siberiano que quita el aliento. «Joder qué frío hace, joder qué frío hace€» nos decimos unos a otros, exhibiendo chalecos, bufandas, gorros, trencas (yo es que soy muy de trencas): yo he visto estos días a algún compañero/a entrar al trabajo con botas y anorak de doble forro de gore-tex, y gafas y guantes de esquiador a juego, lo juro. El frío de estos días desprevenidos no nos pilla, no€

Hay un cuento fantástico de Jack London (sí, el de Colmillo blanco) que relata lo que le pasa a un aventurero (o un trampero, o un cazador, no recuerdo bien) que se pierde en medio del bosque (en las Rocosas, o en las montañas de Utah, qué más da) tras una nevada impresionante. Van pasando las horas y sigue perdido. No tiene comida, ni agua, y la noche se acerca. Sabe que su única esperanza para sobrevivir es conseguir hacer una pequeña fogata antes de que llegue la oscuridad, para que le mantenga con vida hasta el amanecer del día siguiente. Tras varias horas de intentarlo, refugiado bajo el tronco de un árbol y gastando las pocas fuerzas que le quedan en frotar los palillos, por fin consigue hacer que algo parecido al humo surja y el fuego empiece a prender. Pero un golpe de viento inesperado hace que de las ramas caiga un copo de nieve que sepulta de manera inmisericorde ese inicio de lumbre. Con su última esperanza finiquitada y la noche acechando, el hombre sabe que sólo le queda arrimarse al tronco, cerrar los ojos y que le llegue la muerte, esperando que el frío cumpla con la mayor dulzura posible su cometido€

€No diré yo que lleguemos a esos extremos, pero sí que es cierto que el frío, las carreteras heladas, la nieve, el viento, nos ponen a todos cara de gravedad, de dramatismo, de pesimismo. Que se lo pregunten a Zidane, siempre tan risueño y alegre hace unos meses, mientras espera al PSG de Neymar. Yo creo que en una de éstas le sale pelo y todo, de la tensión que hay en sus ruedas de prensa. O a Joaquín Reyes (Javier Marías, la venganza es un plato que se sirve frío, frío€) y a Ernesto Sevilla, tan dicharacheros ellos, tras conseguir dejarnos helados a todos el pasado sábado en una entrega inenarrable de los premios Goya, consiguiendo el hito imposible de empeorarla aún más, si cabía. O a la izquierda española en su conjunto, que ni siente ni padece, y en invierno aún menos: nadie sabe dónde están, ni qué es de su vida, ni lo que piensan de nada. Sánchez e Iglesias están congelados, petrificados, no entendiendo aún (y ya va para siete años, siete, de Rajoy de presidente) por qué la gente (el pueblo y la puebla, los ciudadanos y ciudadanas, los votantes y votantas€) no les vota en masa, ni se les echa en sus brazos, ni les aclama por las calles como los líderes que ellos mismos saben y sienten que son (¿a ver si va a ser porque no dicen nada, no opinan nada, no se mojan en nada, mínimamente importante?)

Mientras tanto, las gaviotas del PP en su conjunto empiezan a ser sepultadas bajo una tormenta nevada interminable de juicios, de imputados, de delatores arrepentidos, de encuestas donde los de Ciudadanos van a aparecer siempre más jóvenes, más altos, más guapos, más fuertes. Al PP le pasa un poco como al aventurero del cuento: está desorientado, perdido, sin rumbo, fiándolo todo a una recuperación económica (el humo, la lumbre) que les salve la vida en unas futuras elecciones. Pero por primera vez desde hace mucho parece que a la derecha española de toda la vida -y gracias al golpe de viento del vendaval catalán del cual son en gran parte responsables, y que tantos votos antaño le daba en toda España- le puede caer un gran copón de nieve encima, desde su propio campo y de color naranja, que finiquite todas sus esperanzas. Y si eso ocurre, lo que habrá que ver es si se acurrucan a esperar que el frío ejecute una muerte dulce, o siguen andando en mitad de la ventisca, ateridos de frío y gritando muertos de miedo, esperando que alguien les encuentre y les saque del atolladero. Fotre, el partido que se le puede sacar y lo que da de sí un cuento de Jack London, y yo sin saberlo€.