Hace muchos años que fui invadido por la gripe de la autoestima como español, por ser y sentirme orgulloso de una nación como España que, con sus luces y sombras, tiene muy poco que envidiar a nadie. Y, créanme, de esa romántica infección no pienso curarme jamás. Sin embargo, y pese al tiempo transcurrido desde aquel beneficioso contagio, el subidón de fiebre por España ha sido más acentuado desde que el separatismo xenófobo catalán nos enseñó su verdadero rostro de supremacismo racial, de antieuropeísmo y de desprecio por lo que ellos llaman despectivamente España y los españoles, en especial los «charnegos». Pero esa fiebre de que les hablo, pese a su alta temperatura, nunca me ha llevado ni al estrambótico desvarío que sufren los «illuminati» independentistas catalanes, ni al pueblerino delirio de sus líderes. Mis sentimientos como español, por el contrario, se encuentran en la línea del joven Ortega y Gasset cuando escribió en 1908: «Soy? patriota, porque mis nervios españoles, con toda su herencia sentimental, son el único medio que me ha sido dado para llegar a europeo. Ni tristeza, ni melancolía me produce ser español; es más, creo que España tiene una misión europea, de cultura, que cumplir». Y coincido con Laín Entralgo -Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 1989- cuando reflexionaba con cierta aflicción sobre «la dramática inhabilidad de los españoles para sentirnos mínimamente satisfechos con nuestra constitución social, política y cultural».

Esa inhabilidad de la que hablaba Laín resulta impensable para pueblos y países de nuestro entorno histórico, geográfico, político y cultural. Y pese a la historia que arrastran muchas de esas naciones, no siempre tan ejemplar ni edificante, qué difícil es escuchar de sus dirigentes o sus ciudadanos cualquier manifestación de desprecio, desapego, odio o complejo por ser franceses, británicos, norteamericanos o alemanes. Bien al contrario; frente a sucesos vergonzosos que protagonizaron, aberrantes en muchos casos, han sabido maquillar su historia adornándola de guirnaldas épicas, justificándola con misiones civilizadoras y culturales e imponiéndola a sangre y fuego allí donde fuere necesario a sus intereses, siempre económicos y de dominio. De ahí que se me antojen para alguna de ustedes dos unas cuantas preguntas impertinentes antes de que visiten al psiquiatra del complejo histórico. ¿Se encuentran los estadounidenses deprimidos por cómo conquistaron su actual nación? ¿Es una preocupación para su ciudadanía o sus dirigentes cuántos indios quedan en USA y en qué condiciones viven? ¿Recuerdan los franceses su época de amplio colaboracionismo con los nazis y su vergonzoso Gobierno de Vichy presidido por el héroe nacional Petain? ¿Recuerdan las atrocidades cometidas por su ejército en Argelia hace tan solo unas décadas? ¿Van por ello sus «citoyens» al diván de Freud para psicoanalizarse? ¿Se ha producido un suicidio moral en Alemania por su reciente pasado nazi, por iniciar una guerra con el resultado de más de 60 millones de muertos? ¿Es fácil levantarse todos los días como ciudadano alemán recordando esa escalofriante cifra? ¿Y el Holocausto, ya está amortizado? ¿Es posible leer hoy sin contraer piorrea ética que el Reino Unido todavía colonizaba un país como India, con más de mil millones de personas, hasta 1947? ¿Mil millones de personas colonizadas por una potencia extranjera? Sí.

Hace unos días un supuesto periodista del periódico británico The Times estereotipaba a los españoles tachándolos, entre otras muchas lindezas, de sucios y maleducados. Y años atrás una política danesa ironizaba con el subdesarrollo español hablando de nuestra salmonelosis endémica. Pero como este artículo contiene un cuestionario para nuestra inteligente lectora o lector, no he podido resistirme a recordar alguna que otra anécdota sobre la limpieza de nuestros socios europeos. ¿Recuerdan de donde viene el mal de las vacas locas que causó centenares de muertos? Sí, más del 98% provenía del Reino Unido del Times. La firma francesa Lactalis reconoce ahora que bebés de varios países tomaran leche contaminada de salmonela desde 2005. Y lo reconocen trece años después de que esa leche estuviera a la venta. El año pasado, mientras desayunábamos con el periodista británico unos huevos revueltos con carne de vaca loca, leíamos que millones de huevos contaminados salen a la venta en Europa procedentes de Holanda. ¿Pero es esa misma Holanda tan educada y limpia? ¿Sí? ¡Manda huevos! Y para que el españolito de a pie no se caiga víctima de la inhabilidad española para con su historia y su autoestima, la firma alemana Volkswagen reconoce haber hecho experimentos con monos y con humanos para demostrar que la inhalación de los gases emitidos por sus vehículos diésel no era perjudicial para la salud. Seleccionaron a 25 personas voluntarias para que durante cuatro horas inhalaran dióxido de nitrógeno y así determinar los efectos del gas en el sistema respiratorio y circulatorio. No he podido olvidar cómo el régimen nazi introducía a los judíos en camiones cerrados donde morían por inhalación de los gases de escape del vehículo.

Esta semana nuestro Rey Felipe VI cumplía 50 años y daba el testigo sucesorio a la Princesa Leonor imponiéndole el Toisón de Oro, algo que disgustó muchísimo al patriota español, no venezolano, Pablo Iglesias (el otro). El Rey que representa a España y a los españoles simbolizaba así los 500 años de una nación antigua y orgullosa, culta y sensible, frágil y fuerte, llorada y querida, cainita y esperanzada, negra y blanca, romántica y febril. Una España y unos españoles no muy distintos a sus inmaculados pares europeos.