A decir de Suetonio, una tarde de agosto, después de arreglarse ante el espejo, el emperador Augusto, moribundo, hizo llamar a sus amigos y les preguntó: «¿Os parece que he representado bien esta farsa de la vida?» Y añadió en griego la sentencia con que terminaban las comedias: «Si os ha gustado, batid palmas y aplaudid al autor». Después, a solas con Livia, se despidió de ella y murió en sus brazos.

«Acta est fabula, plaudite!» Son las palabras del emperador en su lecho de muerte.

Desde antiguo, se consideraba la vida como teatro y comedia. Séneca y Petronio reconocían que casi todo el mundo finge y recita; esta misma idea es recogida también modernamente por Pirandello en su elocuente Seis personajes en busca de autor.

«Esto se ha terminado», escribía Puigdemont en su controvertido mensaje, una suerte de epitafio político, alusivo a su vida estos dos años y a la defensa política como plan de futuro.

El Tribunal Constitucional había prohibido la investidura presidencial de forma telemática, condicionando la asistencia del candidato a la obtención de la oportuna autorización por parte del magistrado Llarena. Aún sin estar personado en la causa, el expresidente quedaba de facto en similar situación que los encarcelados, salvando la distancia.

Por otra parte, el aplazamiento del pleno ha permitido a Roger Torrent ganar tiempo y sortear la ilegalidad, pero no podrá dejar en suspenso el debate de investidura y paralizada la actividad parlamentaria «sine die».

Hay que reconocer el arte de Puigdemont para mantener la atención del público, de partidarios y detractores, de críticos y adeptos, hasta el punto de eclipsar otras informaciones de mayor interés. Es una rara habilidad la de suscitar y conservar la curiosidad del respetable de forma continuada, se requiere aptitud, vis cómica y vis patética.

Antiguamente, se denominaba «persona» a la máscara utilizada por los histriones en las representaciones teatrales para alzar y ahuecar la voz. Con el tiempo, serviría para nombrar al propio figurante y, después, para designar al género humano. Parece que las personas se hubieran liberado de las máscaras de las que tomaban su nombre, pero no, el vínculo indisoluble entre persona y teatro permanece intacto.

La tarde en que el flamante presidente del Parlamento catalán aplazó el pleno, algunos partidarios de Puigdemont portaban caretas con su rostro, un entrañable recuerdo a los antiguos artilugios teatrales. Las personas enmascaradas se despojaron de sus rasgos, mimetizándose con el personaje al que rendían tributo. Ante la inasistencia del protagonista, una comparsa de figurantes igualmente caracterizada, llenaría el escenario vacío. La función se aplazó por la imposible comparecencia del expresidente al estreno. Era de esperar. Si en plena representación había hecho mutis por el foro, no iba a acceder ahora a los bises.

La política, como la vida, es una puesta en escena, una tragicomedia ininterrumpida; la propensión a la teatralidad de sus actores es innegable, además de ser condición «sine qua non» para obtener el aplauso ciudadano traducido en votos.

Tratamiento aparte requiere la última propuesta de Oriol Junqueras sobre la coexistencia de una presidencia simbólica, con sede en la mansión de Waterloo, se entiende, y otra ejecutiva, en el Palacio de la Generalitat. Parece que la proposición abunda en el argumento de la mascarada.

Por el momento, «acta est fabula, plaudite!».