Nueva economía, economía colaborativa, economía de confianza. En todos los casos hablamos del mismo concepto. La revolución de la economía ha supuesto el avance de las tecnologías basadas en internet y su capacidad de relacionar entidades, empresas y personas. Esto ha contribuido a lo que se ha denominado globalización, fenómeno que, sin duda, llegó para quedarse, pero que aún está en fase de una definición que sea aceptada por todos los operadores del mercado y otorgue lo que es fundamental para el buen funcionamiento de las relaciones entre estados, empresas y personas: la confianza, la seguridad ética en las inversiones y en las relaciones.

Pero son conceptos que debemos definir de manera conjunta. La seguridad, la ética, la confianza no son conjuntos disjuntos que podamos abordar de manera independiente y que puedan vivir, en efecto, de modo independiente.

Sin duda la tecnología, y estamos en la nueva economía, es el elemento catalizador de las mayores disrupciones que han ocurrido en el mundo empresarial -también en las relaciones sociales- en los últimos años. Se ha producido una nueva revolución industrial que ha modificado las relaciones sociedad/empresas/personas. Esto ha llevado las relaciones económicas y sociales al ámbito global. Además se ha incorporado un elemento nuevo, la inmediatez, la necesidad de toma de decisiones rápidas sobre actuaciones en espacios culturales no siempre homogéneos. Todo ello exige desarrollos de sistemas de información muy avanzados, el Big Data del que tanto hablamos, y criterios muy claros de delegación a todos los niveles de la sociedad y las empresas.

Esta es una realidad; y sobre ella ha surgido la que se denominó economía colaborativa. Un sistema que permite a los individuos y grupos cubrir sus necesidades a partir de la movilización e intercambio de activos y habilidades subutilizados, creando un mercado eficiente de productos y servicios a partir del intercambio, cesión, etc. de activos en manos de las personas. Se trata de una economía que, en muchos casos, se ha identificado como economía de plataforma porque su desarrollo se ha basado en potentes plataformas informáticas que han facilitado ese intercambio o prestación de servicios no siempre bien regulado. Esto ha sido posible porque la realidad se anticipa habitualmente a la legislación, pero que por el camino ha provocado una importante desregulación de las relaciones personales, laborales, comerciales, etcétera, con componentes importantes de precariedad e inseguridad jurídica. Todos somos testigos del destape las peores esencias de la economía de mercado que presuntamente pretendía combatir.

En estas condiciones se impone, en mi opinión, una reflexión para tratar de reconducir esta economía por los cauces de la confianza que son los únicos sostenibles a largo plazo. No podemos, en base al avance que suponen estas nuevas tecnologías, abrazar sin debatir los efectos, no siempre positivos, de esta nueva forma de entender los negocios y las relaciones sociales sobre la base de plataformas que, habitualmente, rechazan responsabilidad en los efectos de las mismas en base a ficticias formas de relación entre empresas, entidades y/o personas que en ocasiones participan en esos proyectos desde la convicción de que son el mercado controlado y la honestidad los que controlan las relaciones.

Muchas criptomonedas, plataformas de alquileres, redes sociales, empresas virtuales, etcétera, forman parte de esta economía de éxito que puede llegar a construir burbujas difíciles de resolver a posteriori.

Como siempre, la transparencia, el debate, la honestidad y seguridad en las relaciones, son claves imprescindibles para el crecimiento sólido de esta nueva economía que también a mi me gustaría identificar como economía de confianza.