Mi querido amigo Jorge ha vuelto a irse. Pienso en Inés y en sus hijos, Inés y Javier, que tanto han tenido que sufrir al vivir su largo y lento adiós.

Tuve el lujo de contar con él como colaborador inmediato desde su cargo de director general adjunto. Jorge Abad fue un excelente profesional, con una gran capacidad directiva, que formaba parte innata de su personalidad, y una dilatada trayectoria, habiendo ocupado distintos cargos, fundamentalmente de orientación comercial, para finalizar su carrera dirigiendo las políticas de personal, tecnológica y del resto de los recursos orientados a prestar el mejor servicio posible a los clientes de la CAM.

Le conocí en 1976, inmediatamente después de la fusión que dio lugar a la creación de la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia. Procedía del Monte de Piedad de Alcoy, una excelente escuela de grandes profesionales, y tuvimos ocasión de poder colaborar intensamente con motivo del lanzamiento de los certificados de depósito, cuando éramos muy jóvenes y ninguno de los dos formaba parte de la «élite» directiva.

Oliver Narbona tuvo el gran acierto de nombrarlo subdirector general en 1986 y, desde entonces, es difícil conocer de algún aspecto relevante de aquella Caja del Mediterráneo en el que no participara activamente. No es fácil concebir una CAM que fue ejemplar y envidia de muchos competidores sin su activa participación.

Siempre he pensado que las personas que trabajan juntas no tienen la obligación de ser amigos, simplemente han de colaborar lealmente para alcanzar las metas de la organización. Tuve la inmensa suerte de que nuestra relación laboral terminara por convertirse en una sincera y estrecha amistad.

Fue compartiendo partidas de mus cuando sus cada vez más frecuentes despistes se convirtieron, para mí, en los primeros síntomas de su cruel enfermedad. Ya entonces empezaste a irte, «compañero del alma», y el duelo ha sido largo, demasiado largo.

Jorge, estarás siempre en el corazón de María Teresa y en el mío.