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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Puigdemont no volverá

Cada cual ve las cosas a su modo, de lo que resulta una diversidad necesaria para evitar un mundo uniforme, al modo que desean los muchos «istas» que pueblan el paisaje de la postmodernidad, esa mezcla entre inquisición, dictadura y dogma, que se vende como progresista.

Y en el asunto de Puigdemont, todo es tan distinto en la forma de entenderlo, que produce sensaciones dispares que transitan entre lo divertido y lo dramático, según quien aprecie la sensibilidad del prófugo, su capacidad de adaptación de la realidad a sus deseos y la receptividad de los fieles que le acompañan y animan en su desconcierto.

El empeño del sujeto en ser lo que no es y en seguir siendo lo que perdió irremisiblemente, solo tiene como soporte el voto de una Cataluña fracturada que no acaba de salir del sueño de grandeza y superioridad que ha calado entre muchos de sus ciudadanos, unido al sentimiento patrio pequeñito de ser expropiados de sus riquezas por las hordas españolas y ahora, parece ser, también por las europeas. Porque, el problema de Puigdemont es el problema de una sociedad que insiste en votar a quienes les llevan al caos y que gustan de la zozobra.

Pero, hay cosas que se pueden ver de manera diversa y otras que, por mucho empeño que se ponga, no pueden ser lo que se quiere que sean. Claro está, que la capacidad de invertir la realidad es proporcional a la falta de sentido de esa misma realidad, lo que está presente en muchos secesionistas que han perdido el paso e, incluso, el orate en la contienda por su identidad perdida.

Josep Rull, exconseller de la non nata república catalana, ha protagonizado al sábado uno de los discursos más reveladores del alejamiento de los próceres de aquella de lo tangible y lo posible, generando sus palabras estupefacción de los oyentes que saben de lo que se habla y el delirio de los que solo quieren escuchar lo mismo una y otra vez sin cansarse.

Cierto es que este liberado de la prisión provisional y Puigdemont están haciendo un roto a los presos, pues cada vez que insisten en apostar por la ilegalidad, ponen su granito de arena en propiciar que los aún presos mantengan su situación ante el riesgo evidente de que los nuevos mandatarios permanezcan anclados en las mismas conductas que les llevaron entre barrotes. Me imagino que los privados de libertad maldecirán cada uno de los ingenios y envites de los prófugos y los liberados que, no obstante, no acaban algunos de percibir que pueden en cualquier momento regresar bajo la tutela de la Administración penitenciaria.

El TC, en una decisión compleja pero inteligente para paliar una suerte de fraude de ley que quería de nuevo cometer el Parlamento catalán, ha decidido suspender cautelarmente toda maniobra tendente a nombrar a Puigdemont presidente, salvo que comparezca personalmente ante el pleno de aquella Cámara y lo haga previa autorización judicial del tribunal competente, el Tribunal Supremo. Ni nombramiento telemático ni en persona tras acudir por sorpresa burlando la vigilancia, salvo que los jueces le otorguen el correspondiente permiso, pues es evidente que está sujeto a una orden de detención que le impediría cualquier acto de los propios de quienes se hallen en libertad. Una resolución la del TC que, sin admitir a trámite la demanda del Gobierno, suspende a la espera de una decisión sobre la admisión y que cumple el fin de las medidas cautelares, cual es el de evitar que los actos ilícitos se cometan. Que el Consejo de Estado no estuviera de acuerdo ni quita ni pone, pues no es precisamente un órgano que se caracterice por un excesivo rigor jurídico en demasiadas ocasiones. Junto a brillantes juristas, se ha poblado de políticos designados por otros e ignotos méritos, ajenos a la función de este órgano de asesoramiento. De ahí los deslices en que incurre más frecuentemente de lo que sería aconsejable, similares a los de los muchos órganos consultivos de las CC AA, de parecida composición.

Pues bien, el ínclito Josep Rull, ante una resolución que pone patas arriba la estrategia de los más radicales y pesados hasta el agotamiento secesionistas, vinculados sentimentalmente a las CUP, ha manifestado que la decisión del TC ha significado una bofetada a la vicepresidenta Sáez de Santamaría, que debería dimitir. Y yo, francamente, por muchas vueltas que le doy, no veo la bofetada por ningún lado, pues el TC ha dejado a este señor y a sus seguidores sin más futuro que el de desobedecer al TC, arrostrando las consecuencias que el mismo Rull ha catado y puede volver a degustar o, como es lógico, dejarse de tonterías y ponerse a trabajar por sus conciudadanos que, de seguir estos señores con sus andanzas, van a experimentar más pronto que tarde, los efectos de tanto dislate.

De estas, cada día nos desayunamos con varias, tantas, que ya no llaman la atención y que transcurren entre el vodevil y el drama, entre el ridículo y la indignación que producen sujetos tan básicos. Un buen retiro en Monserrat en lugar de la cárcel, les y nos vendría bien, pero en régimen de clausura rígida. No escucharlos no tiene precio.

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