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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Con los ojos como platos

Puesto que tiempo atrás me resistí a las series, ahora simultaneo tres, y qué tres, cielo santo. La primera por orden de aparición es El puente, en concreto el de Øresund, ese pedazo de obra de ingeniería que une Malmö con Copenhague, con la que se inició la colaboración televisiva de ambos países, que han sacado producciones de nivelón por libre mostrando además que, de creernos nosotros peculiares, ser nórdico se las trae. Qué gente más atractivamente jodida. La policíaca de marras arranca con el descubrimiento de un cadáver que afecta a las comisarías sueca y danesa y se trata del cuerpo de una mujer partido por la mitad. Pero no es que esté seccionado, es que no pierden oportunidad de mostrar las vísceras en primer plano, momento en que me acordé del creador y de toda su familia.

La segunda, titulada El crimen de Liverpool, está basada en hechos reales a raíz del asesinato de un chavalín por las hordas pandilleras. De momento la he dejado ahí en espera de coger aire, ya que he empezado a ver una que estaba ansioso de que llegara: La peste. La ventaja de ésta es que no necesitas de ningún crimen para que se te revuelva el estómago. Sólo con observar los estragos ocasionados por la epidemia en la mayor parte de la población, tienes lo tuyo. Si se supone que a esas alturas del XVI Sevilla era el centro del mundo, cómo sería el culo.

Total que, para desconectar de tanto agobio, he llegado a un extremo en que busco la actualidad a fin de relajarme. Y, para ello, nada como dar con Rajoy hecho carne. Lo más reciente está a la altura del género que representa. Respecto de la secuela de trapicheos ha asegurado que «lo que tenía que hacer el partido ya lo ha hecho», y la verdad es que, dicho así, nadie lo puede negar. Sobre si Camps milita en el pepé, ha soltado «¡Bah!» y, en torno a la desigualdad salarial entre hombres y mujeres, un displicente «no nos metamos ahora en eso». Como experto en la materia, lo que sí puedo decirles es que, en Escandinavia, no dura vivo ni medio capítulo.

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